Me gusta desayunar en el alféizar de la ventana de la cocina porque desde allí se puede contemplar y admirar cómo el amanecer, poco a poco, va despertando a la naturaleza y pintando con su increíble paleta de colores a la vegetación. Digo vegetación porque rara vez suelen pasar animales, más allá de un gato, una oveja o un caballo y el espectáculo de luz y color se despliega, por lo común, desde el cielo por las paredes, los árboles y la hierba, hasta el otro día.
Ese día, había un impresionante y grandioso buitre leonado, ante mi vista encaramado en lo más alto del tejado del corral. No creo que con la envergadura de sus alas tuviera ninguna dificultad en alcanzar esa altura, por lo que mejor diré que estaba tranquilamente posado, oteando el horizonte y allí permaneció durante mucho rato, aun cuando un tractor comenzó a preparar la tierra para la siembra, justo por debajo de su posición.
Como no dejó de extrañarme, busque información en noticias, artículos y libros que tenía más a mano sobre el comportamiento de estos buitres, la evolución de su censo y su distribución. Bien, pues resulta que el buitre leonado (Gyps fulvus) en España, está incluida dentro del Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, aunque no está incluido en el Libro Rojo de las Aves de España porque no está amenazado. De hecho, a diferencia de las otras tres especies de buitres característicos de la Península Ibérica -buitre negro, quebrantahuesos y alimoche- ha logrado, según SEO Birdlife, aumentar su censo de 3.240 parejas reproductoras en 1979 a cerca de 37.000 en 2018, lo que permite estimar una población de más 120.000 ejemplares. Entre las razones de esta recuperación, además de la prohibición de cebos envenenados y la desaparición de las Juntas de extinción de animales dañinos, está el hecho de que el buitre leonado busca alimento en grupo y que puede recorrer cientos de kilómetros para encontrarlo, a diferencia de los otros buitres que son territoriales.
Así, un reciente estudio liderado por la Estación Biológica de Doñana revela que los buitres procedentes de las regiones del norte, donde hay mayor densidad de parejas, viajan hasta el oeste de Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía, atraídos por las dehesas, ya que en ellas hay una mayor cabaña ganadera extensiva y, además, su población de jabalíes y ciervos va en aumento, por lo que les es más fácil procurarse animales muertos con los que alimentarse. Sin embargo, la despoblación humana y el abandono de la actividad agraria, que favorece la invasión del matorral y el cierre del paisaje, dificulta la detección de la carroña, por lo que los buitres leonados van desplazándose hacia los paisajes más abiertos.
Aunque estos necrófagos prestan un servicio de enorme valor para el ecosistema, eliminando restos y evitando los potenciales riesgos sanitarios derivados, a menudo son incomprendidos y protagonizan uno más de los conflictos entre humanos y vida silvestre en el que participan factores asociados, aún por desentrañar.