Maquila es la última obra que Rafael Cabanillas ha escrito y ha vuelto a publicar en la editorial Cuarto Centenario. La presentó esta semana en Ciudad Real, a donde ha regresado como el hijo pródigo a la tierra, al epicentro de su narrativa, al corazón de su sentimiento. La Mancha y los Montes de Toledo son ya el escenario mítico de este hombre que ha dado voz a los que siempre permanecieron callados, a quienes rumiaron su desgracia en silencio, a los que a nadie tenían para que los defendieran. Por eso, son legión sus seguidores. Rafael Cabanillas Saldaña se ha convertido ya en el fenómeno literario más importante que ha acontecido en España la última década. Aunque los grandes medios no lo quieran ver o se resistan a ello. Pero es tan grande su verdad, tan hondo el sentimiento que horada la pluma y siembra la negra flor de la tinta, que brota como uno de sus troncos retorcidos de los quejigos y alcorques. Este hombre es de verdad, de carne y hueso, y es uno de los escritores vivos en español más importantes del mundo. Créanme, háganle caso.
Lo más impresionante de Maquila ya no es el mundo que describe y recrea y que ya estaba presente en Quercus, Enjambre y Valhondo. Lo más sensacional, lo verdaderamente espectacular, lo auténticamente sublime de Maquila es el homenaje homérico que realiza el personaje a su madre. Las carnes abiertas, el corazón fuera, la mente enferma. Toda la poética de Cabanillas Saldaña al servicio de una madre, de su propia madre, a la que vio morir en pandemia sin apenas despedirse. Él dice que escribe por muchas cosas, pero una es para cambiar la realidad y que la literatura permita revivir aquellas que fueron de otro modo.
Acabé de leer Maquila este verano, arrasado entre lágrimas, con el esternón sangrando como nunca, deshecho igual que un crío que ve a su madre perdida entre la bruma. Porque esa es la bestialidad hecha cincel y rosa por este hombre. Contar como se puede, con las palabras de barro que moldea entre sus dedos ya torcidos igual que los troncos del molino, la pérdida de la madre. Es verdad que crea otro personaje milenario como el tío Justo, al que todos llevamos en la cabeza porque conocimos alguno. Pero el tío Justo ya estaba en Valhondo, Quercus y Enjambre. Lo que hace para mí verdaderamente sobresaliente esta novela, una auténtica obra maestra, es la disposición de los elementos, la sucesión de los hechos y los cánticos para lavar a la madre y llevarla limpia y pura a las alturas, entre el cielo de la sierra y el llano – Pedro Páramo- y las aguas subterráneas del molino del abuelo Maquila. No es prosa poética. Es un poema en prosa.
Por eso, si Rafael Cabanillas Saldaña aparece por su localidad, vayan a verlo. Escúchenlo con atención. Van a ver a un Cervantes o Premio Nóbel que quizá morirá sin serlo o lo reconozcan cuando algunos años pasen. Da igual, eso no nos importa para nuestro cuento, que diría Cervantes en el Quijote. Precisamente él escribió su magna obra cuando frisaba los sesenta años, la misma edad que Rafael Cabanillas alcanza ahora. Han tenido que pasar seis décadas para que este hombre explotara y vertiese todo lo que había dentro. Es la primera vez que veo a los lectores pidiendo al escritor que les firme el libro antes de la presentación. Somos legión, somos apóstoles, con suerte discípulos. Pero que nadie pueda decir que no lo advertimos y se haga tarde. Este hombre es un sabio y escribe como los ángeles. Gracias, Rafael.