Lo primero que me detuvo fue la fotografía. Blanco y negro. Dos mujeres con túnica blanca bajan por unas escaleras. Once peldaños. Una de ellas, la mujer más adelantada, se cubre el pelo y buena parte de la cabeza con una especie de pañuelo o turbante. También blanco. Sandalias negras, de tacón, enlazadas al tobillo. Mira fijamente a la cámara, segura. La otra baja con precaución observando dónde pone los pies. Pilares de hormigón descarnado. Suelo limpio, terrazos y azulejos quizá brillantes de agua. Muros de mampostería. En la cota inferior un niño envuelto en su toalla, sombras sentadas parapetadas del sol por la cubierta ligera de cañizo. Al fondo terrazas de piedra descarnada, piedra volcánica negra.
Una isla, Pantelleria. Un mar, el Mediterráneo. No podía ser otro. Un tiempo: el verano. Una luz: azul y serena entre Sicilia y Túnez, más cerca de África que de Europa. Una casa, casa Vittoria, Victoria. Me gustó a primera vista. Quizá porque es un templo, e imagino llegar navegando desde alguna de las islas del Egeo o desde las lejanías del Ponto Euxino y encontrarla a media ladera, columnas como cipos amojonando un lugar y un tiempo. La casa de Óscar Tusquets y Lluis Clotet levantada a principios de los setenta sobre un dammuso, una casa de campo abalconada sobre el mar. Porque el mar lo es todo. El Mediterráneo lo es todo. Si pudiera me iría ahora mismo a esa casa, cogería los libros que tengo sobre la mesa, dejaría el teléfono metido en el cajón, y me largaría a observar desde ella el Mediterráneo, la llegada desde Madagascar de los halcones de Eleonor, pensar y sentir entre la pronaos enmarcada por la columnata de hormigón.
A veces he comparado la casa de Tusquets y Clotet con la Can Lis de Jørn Utzon en Mallorca. Más que comparar las he observado/analizado a la vez. La de Pantelleria es más esencial aún. Más estricta y limpia. Las columnas de hormigón definen absolutamente su personalidad. La casa queda detrás, protegida de la intemperie. Lo definitorio es la esbeltez de los pilares, irregulares en su fuste persiguiendo su éntasis, columnas de un dórico absolutamente primitivo en la distancia. Los griegos hubieran levantado pilares de hormigón si lo hubieran conocido. Igual que levantaron columnas de madera, y ahí están los rastros de la arqueología más cierta en los triglifos y metopas. Y el giro, la conexión con el territorio que se dibuja presentida. Mies van der Rohe: la buena arquitectura se distingue en las esquinas, recoge Oscar Tusquets en su Todo es comparable.
Vuelvo a las fotografías. Me gustan más en blanco y negro porque queda lo importante. Por esta casa y por otras pocas más continúo estudiando arquitectura. Un refugio separado/unido al Mediterráneo por su exterior tan clásico como novísimo. Sencillo y complejo. Escaleras, dos niveles, sombras… La arquitectura es capaz de crear. Que es mucho más que construir o levantar. Más que hacer. La arquitectura te hace creer. Y, sí, quizá esas dos mujeres de la fotografía sigan bajando eternamente esa escalera una tarde de verano después de subir del Mediterráneo.