La llegada de noviembre estaba marcada en rojo para todos los políticos que pretenden concurrir en las primarias demócratas y republicanas de EEUU para conseguir la candidatura de sus respectivos partidos en las elecciones que se celebran justo un año después -el 5 de noviembre de 2024-. Es el plazo máximo para presentar sus postulaciones y, desde que empezasen los anuncios, muchos han ido bajándose del carro por el camino. El último, el exvicepresidente Mike Pence, que el 28 de octubre anunciaba que «no es el momento» para pelear por la Casa Blanca. Una decisión que, lejos de dar un vuelco entre los candidatos, beneficia a un Donald Trump cada vez más favorito.
Varias han sido las bajas de última hora en las filas republicanas -el empresario Perry Johnson o los políticos Francis Suárez y Will Hurd, si bien la de Pence ha sido la más notable -algunas encuestas le situaban hasta tercero en intención de voto-.
Pero el primero, de manera indiscutible y según coinciden todas las encuestas, es Trump, quien ha dado un golpe de autoridad recientemente al imponer a un congresista de su cuerda, Mike Johnson, al frente de la Cámara de Representantes, tras una crisis interna en el Partido Republicano en la que hasta cuatro candidatos han tenido que renunciar a liderar este organismo.
En total, son seis los aspirantes oficiales a participar en las primarias, que darán comienzo en febrero y concluirán, a más tardar, en junio, siempre y cuando no acaben antes al ir abandonando la carrera los políticos según se vayan produciendo éxitos o fracasos en los comicios internos.
Trump contaría con el apoyo del 54 por ciento de los votantes, un dato importante, sobre todo teniendo en cuenta que sacaría hasta 37 puntos de ventaja sobre su más inmediato rival, Ron DeSantis, con un 17 por ciento. Muy por detrás, ahora es tercera en la pugna la exgobernadora y exembajadora en la ONU Nikki Haley, que no llegaría a un 5 por ciento. Y residuales son el senador Tim Scott, el exgobernador Asa Hutchinson y el empresario Vivek Ramaswamy.
El exmandatario, que ya ganó las primarias en 2016 y 2020, está recurriendo a la retórica antiinmigración que impulsó su campaña de hace siete años que le llevó a la Casa Blanca, pidiendo una expansión a las restricciones de viaje desde países musulmanes y nuevas pruebas de ideología a los inmigrantes, además de impulsar nuevas obras en la frontera con México que quedaron estancadas tras abandonar la Presidencia. De hecho, de manera recurrente ha culpado al país azteca de los problemas en EEUU y promete nuevos usos para la fuerza militar y acciones encubiertas.
Pero, sobre todo, se ha erigido en el garante de la democracia que, a su juicio, Joe Biden ha echado a perder, así como en el líder mundial necesario para poner fin a la guerra en Ucrania e, incluso, al conflicto en Oriente Próximo.
A pesar de sus frentes judiciales, que ha aprovechado para presentar como una «caza de brujas» en su contra, son cada vez más los republicanos que le apoyan. E, incluso, es visto por muchos demócratas como el mal menor ante un Biden que comienza a estar contra las cuerdas.
Ultraderecha
Su principal rival será el gobernador de Florida DeSantis, quien ha agudizado sus críticas a Trump y está destacando por posiciones de extrema derecha, mucho más radicales que las populistas impulsadas por Trump, y también ha centrado sus discursos en la inmigración y en la prohibición de llegadas de irregulares, pero también en la aprobación de leyes antiLGTB y prohibiciones para abortar.
Nikki Haley, por su parte, ha tratado de diferenciarse de sus rivales con un mensaje más orientado a la política exterior, alertando de las «amenazas» que suponen China y Rusia y con un discurso radicalizado en migración y contra el aborto, llegando a tildar a sus rivales de ser «poco conservadores».
Con un panorama tan extremista, Trump se presenta, incluso, como la opción moderada a la que los republicanos deben aferrarse.