Aunque nació en el Hospital del Carmen, sus primeros cinco años de vida los pasó en Alcoba y Horcajos de los Montes, donde había sido destinado su padre. Luego, volvieron a Ciudad Real y vivieron en la calle Calatrava. «Llegué como un niño asilvestrado. En Alcoba de los Montes estaba todo el día con la bici por la calle. De muy pequeño ya me gustaba explorar. Mis padres dicen que salía a la puerta de la calle y preguntaba a los vecinos cómo se llamaban, dónde trabajaban y con quién estaban emparentados. En cuestión de horas, conocía a todo el pueblo. Creo que llevaba ya mi vocación periodística dentro», cuenta Javier, en la antesala de su refugio de trabajo.
Segundo de tres hermanos, tiene dos hijos mellizos –Mario y Chloe– y su mujer ejerce la medicina en la Mutua Universal de la capital manchega. Estudió en el colegio San José, cuando era de monjas, frecuentaba mucho la biblioteca municipal –todavía guarda el carné que le dieron con diez años– y a los 15 años ayudaba ya en el bar que tenía un tío suyo en el centro de la ciudad. «Los jueves, en el colegio, dedicábamos la tarde a la lectura y un día aparecí con el libro 'La Iglesia y sus demonios', de Carmen Porter», afirma.
«Creo que me dedico a desentrañar misterios como terapia por lo miedoso que fui de niño»
Su última obra está dedicada a la aparición de niños en la antigüedad, - Foto: Rueda Villaverde«De niño –cuenta Javier– era muy miedoso. Yo creo que me dedico a desentrañar misterios y enigmas como terapia de choque por lo miedoso que fui de niño. Me daba miedo la oscuridad. Por la noche, mis padres me dejaban una lucecita encendida en la habitación. Y, al mismo tiempo, me interesaban las historias de terror. Una noche, mi padre me llevó a ver La Atalaya, un sanatorio abandonado de tuberculosos, donde todavía quedaban las salas acolchadas e informes de los pacientes por el suelo. Luego, cuando estábamos volviendo de aquel lugar, me bajó del coche y me dejó solo. Me gastó aquella broma porque estaba un poco harto de mi insistencia por conocer escenarios donde ocurrían cosas extrañas».
A Don José le habría encantado prestarle al hijo su bata blanca, pero se desmayaba al ver una gota de sangre y aceptó, como mal menor, que estudiara Periodismo. «Quería ser periodista desde los diez años. Hacía, con un amigo mío llamado Jesús, un boletín en el colegio, que grapábamos y repartíamos entre los compañeros». También era un lector entusiasta de libros de aventuras. «Mi padre me regaló 'La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson y me dijo: 'te dejo que te acuestes media hora más tarde, si cada noche lees durante esos treinta minutos de propina'. Luego, leí 'El príncipe de las tinieblas', de Carlos Ruiz Zafón, una historia juvenil con misterio que me encantó. De ahí, pasé ya a 'Drácula', de Bram Stoker, que saqué de la biblioteca».
La vocación de Pérez Campos por el periodismo está íntimamente relacionada con la atracción por el misterio, que le contagió su padre. «Como médico, tiene una mente científica, pero le interesaba también la España mágica, la España oculta. Él me habló por primera vez de 'las caras de Bélmez' y de las voces que se escuchaban en el Palacio de Linares (Madrid). Me contó la historia de la niña 'Raimunda' que había sido, supuestamente, emparedada en ese lugar. Lo bonito del misterio es intentar explicarlo, aunque, paradójicamente, no tenga explicación».
Javier Pérez Campos, de niño, en la Feria de Ciudad Real. Año 1994. «Me fui a estudiar Periodismo a Madrid porque quería trabajar con Iker Jiménez»
Otra razón que le condujo a asociar el periodismo y el misterio fue la aparición en su adolescencia de un libro de Iker Jiménez en una estantería de la casa de su tío Agustín, titulado 'Enigmas sin resolver'. En ese libro, Javier descubre un periodismo especializado que investiga misterios que no tienen explicación. A partir de ahí, se convierte en oyente habitual del programa 'Milenio3', que dirige y presenta en la cadena Ser el autor de ese trabajo de investigación. Fue como un 'efecto llamada'.
Aquel chico de Ciudad Real, que hoy defiende con pasión y vehemencia sus investigaciones, ha terminado trabajando para la persona que más influyó en su futuro. «Empecé a mandarle temas a la radio y, cuando supe que venía a grabar a Ciudad Real, le envié un listado de temas que podrían abordar. Aquello le flipó. Debió de pensar: este chaval está igual de loco que yo cuando empecé a estudiar estos misterios. Me fui a estudiar Periodismo a Madrid porque quería trabajar en el equipo de Iker Jiménez. Evidentemente, nadie me podía garantizar que lo fuera a conseguir, pero tenía que intentarlo».
Javier Pérez Campos a estudiar Periodismo a Madrid porque quería trabajar con Iker Jiménez - Foto: Rueda VillaverdeTras ser objeto de terribles novatadas en el Colegio Mayor donde se alojó, estuvo a punto de tirar la toalla y volverse a Ciudad Real para estudiar la carrera de Derecho. Sin embargo, ocurrió algo inesperado que le hizo recapacitar. Lo cuenta con cierta intriga. Esa intriga que maneja con habilidad en sus libros y reportajes. «Había sacado el billete de tren para volver a casa de mis padres y la víspera, al cruzar la Gran Vía, me encontré con Iker Jiménez y Carmen Porter. Me dieron un abrazo, me preguntaron cómo estaba y me dijeron que me pasara por la radio cuando quisiera. Aquello fue como una señal mágica: estás a punto de tirar la toalla y te encuentras con el motivo por el que estás en Madrid estudiando periodismo. Llamé a mis padres y les dije que había cambiado de idea y que anulaba el billete».
Su primer trabajo en el equipo de Iker Jiménez fue de documentalista. Pérez Campos se iba cada día a la Biblioteca Nacional y al Archivo Histórico para rastrear en libros y periódicos historias que pudieran interesar a su jefe. El diario 'Pueblo' y especialmente 'El Caso', en los 60 y 70, eran una fuente inagotable de sucesos extraños. En su librería guarda aún una colección de crímenes y sucesos que alimentaron la curiosidad y el morbo de las tertulias de entonces.
«Cervantes hace referencia en 'El Quijote' a encapuchados que avanzan en comitiva fúnebre»
Cuando le cuestionas la veracidad de algunas historias y fenómenos paranormales, su respuesta es esclarecedora. «En los tiempos que corren –dice– es más difícil creer a un político que a una psicofonía. A mí me parece importante reivindicar nuestro patrimonio inmaterial, nuestro patrimonio mágico. Es nuestra historia. Cuando se muere un anciano, se muere una historia. Hace poco hice un reportaje sobre la 'Santa Compaña Manchega' en algunas zonas de nuestra región. El propio Miguel de Cervantes hace referencia en 'El Quijote' a encapuchados que avanzan en comitiva fúnebre y a los que el 'caballero andante' confunde con fantasmas en medio de la noche.
En Villarrubia de los Ojos, muchos vecinos aseguran haberse topado con una procesión de monjes que cruzan la carretera de un lado a otro. Esa carretera corta un camino del siglo XV, conocido como el 'camino de los veladores'. Se llamaba así porque lo utilizaban los monjes en la Edad Media para ir a velar a sus muertos en la Virgen de la Sierra».
En la N-430, entre Puebla de Don Rodrigo y Luciana (dos pueblos de la provincia), hay un tramo de carretera con muchos accidentes donde por las noches se aparecen personas, como sombras, que miran a los conductores desde los arcenes. «Hicimos un programa desde allí y me llegaron un montón de testimonios de camioneros y de vecinos de La Puebla –cuenta Javier– afirmando que a ellos les había pasado lo mismo»
La obra más reciente de Javier Pérez Campos se titula 'Immaturi. Los inocentes', en la que relata la aparición de niños en la antigüedad, fantasmas infantiles que vuelven después de su fallecimiento prematuro. En este libro, con más de 140 notas a pie de página, aparecen documentos históricos y trabajos arqueológicos relacionados con esas misteriosas apariciones. «En la Sagra (Toledo) hay un yacimiento –el de Cerrocuquillo– donde aparecieron cientos de bebés enterrados en la época de los íberos. Nadie ha sabido explicar por qué los íberos enterraban a fetos y neonatos en dormitorios y habitaciones de sus propias viviendas. La forma de mirar las cosas que nos rodean determina también una manera de percibir el mundo».
Javier recuerda lo mucho que disfrutó en solitario durante su estancia de dos noches en el castillo de Calatrava la Nueva, ubicado en la cumbre del cerro Alacranejo, el punto más alto de la provincia. Todo lo contrario que en las Rocas Altas de Ibiza, donde se impone el silencio y los ecos de la tragedia. «En el año 1972 se estrelló en esa montaña un avión de Iberia y murieron todos los pasajeros. Entrevistamos a un periodista del 'Diario de Ibiza', Nico Barbero, y nos contó que estaba el suelo resbaladizo por la grasa humana y que vio escenas terribles, con cuerpos colgados de los árboles. En 1992, un grupo de amigos acamparon allí y, en medio de la noche, empezaron a escuchar gritos y manos invisibles que golpeaban la tela de la tienda de campaña».
«En Los Alfaques algunas personas huyeron del camping horas antes por una extraña premonición»
El periodista manchego decidió visitar por su cuenta ese lugar, pero no fue capaz de aguantar la quietud y el silencio que allí se respiraba. «Pese a ser un lugar boscoso, en el que habitan animales, no se escuchaba ni un solo ruido. Aquello era lo que algunos llaman 'campana de irrealidad'. Sentí que no era natural lo que allí pasaba y acabé abandonando el lugar», confiesa Pérez Campos.
Centenares de historias apasionantes salpican la trayectoria profesional del autor de 'Los ecos de la tragedia' –sobre el accidente de Los Alfaques (Tarragona) ocurrido el 11 de julio de 1978 – y 'Los guardianes', ángeles de la guarda que avisan antes de que ocurra lo inevitable. «Uno de los supervivientes de Los Alfaques perdió a su mujer en esa tragedia, se volvió a casar y un año y un día después –12 de julio de 1979– volvió a salvarse en el incendio del Hotel Corona de Aragón, donde murió pasto de las llamas su segunda mujer. Testigos de este suceso afirman que el hombre iba gritando: 'no me volveré a casar, no me volveré a casar'. Uno de los médicos que atendió a víctimas de Los Alfaques en el Hospital de La Fe, me habló de personas que huyeron del camping horas antes del accidente por una extraña premonición».
Lee novela de terror, novela negra, histórica y fantástica y, entre sus autores favoritos, figuran Stephen King y Brandon Sanderson. Elogia el trabajo del antropólogo francés Claude Leconteux, experto en el mundo de los fantasmas de la Edad Media, y lamenta que los arqueólogos no hayan querido explicar durante mucho tiempo fenómenos extraños que aparecían en los enterramientos. «En España –explica Javier–, un profesor de la Universidad de Córdoba, Desiderio Vaquerizo, ha realizado trabajos muy interesantes sobre sepulturas anómalas. Los romanos enterraban a algunos miembros de la comunidad de manera diferente, porque temían que volvieran del otro mundo para molestar a los vivos».
El escritor y periodista recomienda «un libro maravilloso del psiquiatra Oliver Sacks titulado 'Alucinaciones', en el que explica la sensación recurrente de padres que han perdido a un hijo, pero viven convencidos de que está todavía con ellos. Oliver Sacks nos ayuda a discernir entre el misterio y la alucinación. En la cultura talayótica enterraban a los niños dentro de unos pinos vaciados, que luego metían en cuevas para evitar que pudieran salir de allí».
Cree que existe vida extraterrestre y hace suyas las palabras de un escritor de ciencia ficción, cuando afirmaba: «No sé si me da más miedo que estemos solos en el universo o que haya alguien más ahí fuera». No cree en el destino, pero sí en las señales. Admite dudas sobre algunas de sus investigaciones, mientras destaca las confesiones que le hizo un superviviente de los atentados de las Torres Gemelas, Ron DiFrancesco, que salvó la vida aquel 11 de septiembre de 2001, gracias a una voz imperativa que le guio hasta la planta baja.
«Hay una delgada línea que separa la realidad con lo mágico y con la vida»
Paseamos por los jardines de El Torreón, escenario de sus juegos infantiles. Me habla de la Plaza del Pilar y de la Plaza Mayor, a la que le llevaban en Navidades sus padres para que hacerles entrega a los pajes de la carta a los Reyes Magos. «Tengo grabado en la memoria un árbol gigante de Navidad, con bombillas de colores. Era una pasada. Llevo años buscando alguna foto de ese árbol en libros antiguos de Ciudad Real, pero sigo sin encontrarla».
Lo que sí ha encontrado, como queda reflejado en algunos de sus libros, son distintos lugares en los que se han podido detectar presencias extrañas. Misterios y enigmas sin resolver. Uno de ellos nos remite al actual Rectorado de la Universidad de Ciudad Real, antes Cuartel de Artillería y Hospital de la Misericordia atendido por monjas, en época más lejana. En ese inmueble y en los alrededores, vigilantes jurados y personal de mantenimiento, son testigos de sucesos extraños.
«Fui a ese lugar con una grabadora y estuve hablando con las personas que decían haber visto por la noche la figura de una monja, papeleras que se movían o escuchado voces procedentes de un osario. Fue mi primera investigación sobre estos fenómenos», afirma Javier.
De aquella experiencia se le ha quedado grabado un detalle sobrecogedor. «Cuando estaba transcribiendo la entrevista que le hice en el mismo Rectorado a un técnico de mantenimiento y él me está contando que había visto una sombra, irrumpe una tercera voz masculina que dice en tono burlesco: '¡la sombra, la sombra!'. Es una voz totalmente diferente a las nuestras. Estas cosas te colocan en tu sitio».
Con el tiempo, Javier no descarta escribir una guía de los lugares más misteriosos y extraños que pueblan la geografía castellanomanchega. En Cuenca, por ejemplo, siguen en paradero desconocido las momias que fueron custodiadas en los años 70. En el Palacio de la Sisla, en Toledo, los militares que estaban allí de maniobras cuentan extrañas apariciones. «Toledo es un sitio lleno de misterios y enigmas. De hecho, nuestro compañero Luis Rodríguez Bausá, organiza por la ciudad unas rutas de misterio que son una pasada. También en Ciudad Real, Raquel Menéndez hace rutas muy chulas de misterios. Hace algún tiempo, en el Parador de Almagro nos ocurrieron cosas que no supimos encajar ni explicar», comenta.
Según el periodista y escritor, los misterios no son algo remoto o lejano. No hay que irse muy lejos para encontrarlos. «He viajado por Japón, EEUU, Inglaterra, Francia o Italia, y me he dado cuenta de que los sucesos paranormales están a la vuelta de la esquina, en la puerta de tu propia casa».
Después de emitir en 'Cuarto Milenio' un reportaje sobre el castillo de Calatrava la Nueva, se encontró en Almagro a unos jóvenes bilbaínos que habían llegado a La Mancha para conocer esa fortaleza. «Me parece maravilloso poder enseñar tus raíces a la gente y que se interesen por ellas. Existe una delgada línea que separa la realidad con la ficción, con lo mágico y con la vida».