El zar antiterrorista

Agencias
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Vladímir Putin ha recibido un duro golpe con el ataque a la sala de conciertos, pero fue su lucha contra los islamistas la que le aupó al Gobierno

El mandatario ascendió al poder en 1999 - Foto: Valery Sharifulin

Como un boomerang que se lanza y vuelve al mismo punto, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha visto como a su bien ganada fama de zar antiterrorista le han asestado un duro revés que le ha devuelto a sus orígenes. Y es que el dirigente aplastó hace 25 años la guerrilla islamista del Cáucaso, pero la reciente masacre en la sala de conciertos de Moscú, reivindicada por el Estado Islámico, le ha pillado de improvisto justo cuando los enemigos no dejan de llamar al Kremlin.

«Todos los autores, organizadores y los que encargaron este crimen recibirán un merecido e irremediable castigo, sean quienes sean e independientemente de quién los haya enviado», aseveró Putin, quien logró perpetuarse en el poder hace apenas dos semanas. Precisamente, el atentado perpetrado el pasado 22 de marzo a las afueras de la capital le estropeó la fiesta de la reelección, ya que un día antes de la matanza la comisión electoral confirmó su aplastante victoria en las presidenciales.

El mandatario, cuya lucha sin cuartel contra los islamistas le aupó al Kremlin hace 25 años, mantiene que por aquel entonces evitó la segunda desintegración de Rusia, abiertamente fomentada por Occidente, que habría apoyado a la guerrilla separatista. 

Dos días antes de que asumiera el cargo de primer ministro en agosto de 1999 y cuando aún era director del Servicio Federal de Seguridad (FSB), un comando liderado por el guerrillero checheno, Shamil Basáyev, entró en la república de Daguestán. Seguidamente, los rebeldes proclamaron un «estado islámico independiente» en este territorio y declararon «la guerra santa a los infieles».

Putin lanzó primero una operación a gran escala en Daguestán y después dio inicio a la Segunda Guerra Chechena, que se prolongó durante una década (1999-2009).

Las explosiones de tres edificios de viviendas en septiembre, que se saldaron con la muerte de más de 300 personas, le granjeó el apoyo incondicional de los ciudadanos en las elecciones presidenciales de marzo del año 2000. Con todo, ya entonces surgieron dudas sobre la implicación de la guerrilla, que negó su responsabilidad, y cundió la hipótesis de que se trataba de una operación de falsa bandera del FSB.

El sábado siguiente al tiroteo y posterior incendio en la sala Crocus City Hall, que se saldó con 139 muertos, el jefe del Kremlin recuperó el lenguaje de cuartel que le gusta tanto a algunos rusos, aunque no llegó a repetir giros lingüísticos, conocidos como putinismos, como el de que «los dejaremos fritos en el retrete».

Eso sí, las imágenes de los cuatro autores del atentado llegando al tribunal -uno en camilla, otro sin una oreja y los otros dos llenos de moratones- sí retrotrayeron a los rusos de vuelta a un pasado relativamente cercano.

Las Fuerzas de Seguridad ya demostraron en los secuestros del teatro de Dubrovka (2002) y la escuela de Beslán (2004), donde fueron muy criticados por la muerte de numerosos rehenes en improvisadas operaciones de rescate, que no se andan por las ramas cuando tratan con terroristas.

Precisamente, Putin aprovechó el atentado de Beslán para forjar la actual vertical de poder, que acabó así con el incipiente autogobierno. En concreto, eliminó las elecciones directas a gobernador, que son designados desde entonces por el presidente, centralizando la toma de decisiones en el Kremlin y allanando el camino para el actual estado policial. La pregunta que se hacen los expertos es qué decisiones tomará ahora, teniendo en cuenta los graves problemas de seguridad que ya aquejan a este país con los continuos sabotajes y las incursiones fronterizas ucranianas.

En una confirmación de que todas las versiones están sobre la mesa, incluida la «mano negra ucraniana», Putin admitió el pasado lunes que el atentado fue obra de «islamistas radicales». Aun así, durante la misma intervención, insistió con la teoría de que las autoridades de Kiev puedan estar relacionadas. «Nos interesa saber quién es el cliente», señaló el dirigente.

El Kremlin tampoco quiere ni oír hablar de cualquier crítica a las Fuerzas de Seguridad por su falta de previsión tras el aviso hace tres semanas que recibieron de los servicios de inteligencia occidentales. «Tuvieron dos semanas para prevenir el atentado. ¿Dónde estaban las fuerzas especiales a las que avisó Estados Unidos?», se preguntan los analistas.

El Crocus City Hall es uno de los lugares de ocio más populares de Moscú, pero las medidas de protección no se correspondieron con la amenaza que atraviesa un país en guerra con su vecino. Los expertos en el exilio consideran que el primer responsable es Putin, que ignoró las advertencias y descuidó la seguridad interior. «Claramente fue un fallo de los servicios de inteligencia que esto ocurriera en un lugar tan conocido, justo en la circunvalación de Moscú», comenta Alexander Vershbow, embajador estadounidense en Rusia. Y es que las Fuerzas del Orden están demasiado preocupadas en detener a «opositores, disidentes, pacifistas y representantes de minoría sexuales», indican los detractores del Kremlin.