¿Cuál habría sido el límite de títulos de Grand Slam que habría alcanzado Rafa Nadal si no le hubiera tocado convivir durante su carrera con dos leyendas vivas como Roger Federer y Novak Djokovic? Cualquier respuesta sería hacer ficción del tenis y, por tanto, hay muchas válidas. Pero después de más de 20 años de trayectoria lo lógico sería pensar que el balear no habría podido alcanzar las cotas que le han convertido en un jugador que quedará para los anales de la historia. Más que cualquier cosa, el español era un competidor nato, un gen que llevaron a su máxima potencia el suizo y el serbio.
Dentro de su indiscutible grandeza, la figura de Nadal sería menos a nivel internacional sin su eterna pelea deportiva con los otros dos más grandes. Los tres, además, estaban marcados por aspectos muy diferenciados y, en algunos casos, antagónicos. Federer era la elegancia personificada, la excelencia dentro de una cancha. Sus virtudes con una raqueta en la mano le hacían casi levitar, una delicadeza que el gen guerrero del mallorquín frenó en seco. Mientras, el balcánico es todo ambición. Vislumbra su objetivo y no cede en su empeño hasta tener el trofeo en sus manos. Esas ansias de triunfo, al tener por medio al manacorí y al helvético, elevaron su juego a la máxima potencia.
Federer y Nadal fueron los primeros que cruzaron sus espadas. Fue en Miami, en 2004, con el suizo ya instalado como el mejor del mundo y el español llegando como un desconocido del circuito. El alumno batió al maestro y abrió la veda a la rivalidad más famosa de la historia del tenis. Su punto culminante, Wimbledon 2008. El mallorquín ya se había erigido como el emperador de la tierra batida e incluso había osado asaltar la 'casa' del de Basilea en más de una ocasión. En 2006, Federer mantuvo su corona en el All England Club. En 2007, le costó algo más. En 2008, fue distinto.
Esa batalla, de más de siete horas, con dos parones incluidos por la lluvia, fue la madre de todas las anteriores y de las que vendrían años después. Fue el catalogado como 'partido del siglo'. Nadal se llevó las dos primeras mangas, pero Federer contestó ganando dos 'tie-breaks'. El quinto y definitivo set se tuvo que decidir por 10-8 y marcó un punto de inflexión en la carrera de ambos.
Cuarenta veces se han visto las caras de forma oficial dos amigos que forjaron su amistad a base de competir. Aunque el dato que explica la grandeza de los dos es que, de esos 40 partidos, más de la mitad (24) fueron finales, nueve de Grand Slam.
Un volcán
Pero en esa rivalidad ejemplar, que enfrentaba dos estilos, se metió de por medio Djokovic. De repente, el pastel, que parecía dividido en dos, se tuvo que repartir entre tres, y el serbio acabó llevándose la mejor parte. Lejos de la caballerosidad que el español y el suizo mostraron durante años, el balcánico fue un volcán en erupción en su irrupción. Descarado, burlesco a veces, incluso irreverente, se empeñó en comer en la mesa de los dos más grandes, y estos tuvieron que exigirse más aún para seguir en lo más alto.
Si Nadal y Federer se han enfrentado cuatro decenas de veces, Djokovic y el manacorí lo han hecho en 60 ocasiones, de las cuales, al igual que en el caso anterior, nueve fueron finales de 'grandes'. Curiosamente, el último cara a cara entre ambos se produjo en los Juegos Olímpicos de París, un partido en el que Nadal optaba a empatar el global de enfrentamientos con el serbio, que ha acabado en un 31/29 para el de Belgrado.
Esa igualdad, ese choque de estilos, con la excelencia de Federer, el pundonor de Nadal y la ambición de Djokovic, ha tenido siempre un punto en común: la competitividad. Los tres han sido unas bestias a la hora de mostrar todo su arsenal en la cancha, ya fuera cemento, arcilla o hierba. Se han ido fortaleciendo simbióticamente sin saberlo, hasta construir la rivalidad más eterna del tenis, que tiene en su punto en común a un Nadal que, contestando a la pregunta del principio, tiene en sus vitrinas 22 Grand Slam gracias a lo que él mismo se exigió para mejorar lo que tanto el suizo como el serbio ponían en juego.