Jesús González se ganó la vida en Madrid, pero el corazón estuvo siempre en Garciotum, un pequeño pueblo perteneciente a la Sierra de San Vicente regado de olivares centenarios. A sus 87 años, vive entregado al cuidado de sus tierras como muchos de sus paisanos octogenarios. A 4.000 kilómetros de distancia, su nieta Paula Fregenal estudia un máster sobre diseño interactivo en una universidad pública de Estonia. Tallin y Garciotum convergerán milagrosamente el próximo viernes por el empeño de la joven de testimoniar ese arraigo casi extinto a la tierra.
Esta licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense nació y se crio en Madrid, pero frecuentó Garciotum desde niña por vía materna. Allí estaba para vendimiar o recoger aceitunas, al lado de su abuelo Jesús. «Mi interés es recoger el conocimiento de mi abuelo y que quede disponible para la siguiente generación», explica a este diario Paula sobre su trabajo fin de máster. Y abunda: «Con la desaparición del cuidado de los campos, va a desaparecer también una parte muy importante de quienes somos, ya que nuestras familias en Garciotum, como en muchos otros pueblos de Toledo y de España, han cultivado sus valores y una parte muy importante de su identidad alrededor de los campos de cultivo».
Su convocatoria ha alterado la vida de este apacible pueblo de 200 vecinos. «Este proyecto nace del problema del relevo generacional en los campos de cultivo familiares. Si el día de mañana faltan las personas que los cuidan, es muy probable que estos campos o se abandonen o cambie la forma en la que se cultiva», detalla esta joven de 29 años.
Jesús González, el abuelo de Paula.La concurrencia de vecinos y allegados por la Semana Santa hace propicio el encuentro en el Centro Cultural de Garciotum. Los ancianos podrán explicar el valor sentimiental de esos campos tan mimados y dejar una grabación sonora que escuchen los eslabones familiares siguientes o los forasteros que aterricen en este pueblo localizado entre Cardiel de los Montes y Nuño Gómez.
«Todo el mundo quiere la botella de aceite, pero nadie quiere recoger la aceituna», expresa frecuentemente el abuelo de Paula con amargura. El mismo hartazgo que la nieta entrevé en su generación por «esos relatos de éxito de irse a Madrid o Barcelona y trabajar en una oficina».
Paula pretende colocar unas placas conmemorativas en los lugares que protagonizan esos recuerdos de los ancianos garciotuneros. Allí, unos códigos QR revivirán esos testimonios con la voz de la última generación apegada a la tierra. «Las placas irán creando un paseo de la memoria», desea.
Jesús, el abuelo de Paula, es agorero. Comparte con su generación la impresión de que sus descendientes orillarán el campo; no obstante, seguro que el gesto de su nieta, a 4.000 kilómetros de distancia, le devuelve la fe de que los olivares de Garciotum pervivirán como el conducto que ha comunicado ancestralmente a las familias de la Sierra de San Vicente.