El hecho está consumado. El Gobierno de Sánchez ha logrado la aprobación de la ley de amnistía, esa que nos ha devuelto a una aterradora dinámica donde la idea de las "dos Españas" es una realidad. He tratado de hacer esfuerzos intelectuales en solitario y en comunidad para tratar de comprender y encontrar algún aspecto positivo a este episodio. Ha sido un esfuerzo en vano, que solo me ha hecho encontrar descaro, frivolidad y chulería estampados en el ideario colectivo a través del texto de una ley, y en el que las continuas excusas de constitucionalidad —excusatio non petita…— siguen siendo absurdos categóricos como ha demostrado la Abogada del Estado Elisa de la Nuez cuando ha señalado su profunda incoherencia por basarse en la idea de que "el Derecho no es suficiente para resolver un conflicto político, lo que sitúa la resolución de determinados conflictos políticos al margen del Derecho como ocurre en las dictaduras pero no en las democracias. La prueba de que el Derecho siempre es necesario es precisamente que para dar satisfacción a las exigencias de Junts hay que tramitar una norma jurídica tan peculiar como la que nos ocupa". Miriam Nogueras fue un ejemplo de ello en declaraciones a la prensa en el del Congreso cuando dijo abiertamente que "veremos si hay algún juez que esté dispuesto a prevaricar".
Me resulta vergonzante pensar que se han reído de todos los españoles, que se han pasado de largo todas las barreras del estado de Derecho. Pero, si me permiten, creo que un poco nos lo merecemos. ¿Saben por qué? Porque hemos repetido, un siglo después, los mismos estándares de la enfermedad de España: no conocer ni entender nuestra propia historia. Ortega hizo un diagnóstico bastante certero tocado del concepto de 'totalización' de Mommsen y fundado en tres síntomas: incultura, particularismo y caída de los mejores. Seguimos siendo una España inculta mientras permitimos que el conocimiento siga estando sesgado en una u otra región y mientras cultivamos esa horrible 'incultura dolosa'; seguimos siendo particularistas desde el momento en el que el 'yo' totalizado de un grupo minoritario se contrapone en posición superior al peso del resto de los españoles en un argumento sectario de lo que son las mayorías; y seguimos siendo una España que ha dejado caer a los mejores desde el momento en el que se ha confiado la resolución de un conflicto —inflado a propósito como cortina de humo— a personas y colectivos que han decidido libremente lapidar hasta la muerte a la veritas histórica.
¿Qué viene después de esto? Páginas negras, una tras otra. Si en efecto todos estos gurús de la 'nueva Transición' están llevando a término todas las operaciones jurídicas que vemos para proteger a la democracia y al estado de Derecho de los —presuntos— afanes dictatoriales de las derechas, ¿qué va a quedar por proteger cuando ellos ya no estén en el poder? ¿Qué bienes jurídicos protegidos van a quedar por amparar? ¿No será que el 'relato' va a cambiar? Lo que está claro es que, mientras todo esto sucede, 'los mortales' seguimos repitiendo patrones de naftalina; y el Gobierno, sentando precedentes jurídicos e históricos de una gravedad que todavía no estamos preparados para calibrar, pero que, casi con toda seguridad, tendrá forma de represalia.