Los pasillos de El Escorial, envueltos en un silencio solemne, han sido testigos de secretos, traiciones y decisiones que han marcado la Historia de España. Allí, el peso de los siglos se siente en cada rincón, como si los ecos del pasado aún recorrieran sus majestuosas estancias. Y es en ese escenario, en el que el tiempo parece detenerse, donde José Calvo Poyato ha desarrollado buena parte de su nueva obra, Dueños del mundo (HarperCollins).
Con un pie en la historia y otro en la ficción, el autor revive con su pluma a Felipe II y transporta al lector al corazón del Siglo de Oro, durante la mayor expansión del Imperio. Una época de ambición y poder, en la que las intrigas palaciegas se cruzan con la magia de la alquimia... y el misterioso asesinato de un boticario de por medio.
La trama arranca antes de que el monarca incorporara, en 1580, el territorio luso a sus dominios, con un trono vacío y un conflicto de sucesión: por un lado, Felipe II, hijo de Isabel de Portugal; por otro, Catalina, duquesa de Braganza, heredera por derechos de un hombre.
El autor, con la novela, ante un retrato de Felipe II.Para imponer su autoridad, Felipe El prudente recurrió al general Don Álvarez de Toledo, a quien sacó de su cautiverio para ponerse a los mandos de su Ejército. Gran estratega, decidió no atacar Lisboa desde el norte -tras algunos fracasos sonados en el pasado- y situó a sus tropas en Badajoz para cruzar el río Tajo desde el sur, transportando a 15.000 hombres de un lado al otro. Una arriesgada operación anfibia -«la primera registrada en la historia», en palabras de Calvo Poyato- que permitió incorporar Portugal a la Corona, cimentando «el Imperio donde nunca se pone el sol».
Más allá del papel de Felipe II en la guerra y en la política, el escritor retrata a un hombre mucho más humano, que escapa de esa leyenda negra de diablo del Mediterráneo, tan frío, aterrador y burócrata. Y lo hace a través de detalles cotidianos con los que, gracias a una rigurosa documentación, permite conocer también a un padre preocupado por sus hijos.
Además de él, en Dueños del mundo se mueven personajes fascinantes como su secretario Antonio Pérez, don Juan de Austria o la princesa de Éboli. Los escenarios, tan bien conocidos por el autor, se convierten, asimismo, en protagonistas de la novela: desde las calles de Madrid a las salas y corredores del Alcázar Real. Aunque si hay un lugar digno de mención ese es el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, levantado por el propio monarca y el escogido por Calvo Poyato para presentar su nuevo libro.
Más que un edificio
Para Felipe II fue mucho más que una construcción, como afirma el historiador. Fue forjar un legado eterno en el que cada piedra le evocaba a la herencia de los Austria, sus éxitos en batalla y su profunda religiosidad. Sin olvidarse de la sabiduría, erigió en el corazón del edificio una gran biblioteca renacentista a la que incorporó unos 5.000 ejemplares -hoy hay 50.000-, coronada por una magnífica bóveda dedicada a las siete artes liberales.
Por si no fuera suficiente, el rey también dio vida a sus sueños y ambiciones con la incorporación de una botica en la que buscaba atajar las penurias económicas que atravesaba su Imperio, a través de la alquimia. Es aquí donde la ficción toma forma y sirve como punto de partida de la novela, cuando el alguacil Diego de Paz se hace cargo del hallazgo del cuerpo de un boticario, cruelmente torturado, con fama de alquimista.
Entre los secretos en la Corte, las intrigas políticas y la oscura fascinación por convertir metales en oro, la investigación se adentra en los entresijos del poder y las sombras que acechan a la Corona.