Si lees esto a tiempo, antes de que lo hayas hecho, no felicites a ninguna mujer hoy, recuérdale que vas a seguir avanzando por la igualdad real junto a ella o, quién sabe, quizá a pesar de ella, que ya sabemos que el machismo reside en los rincones más recónditos de cada ser con o sin darnos cuenta. Sin la menor mala intención, pero con cero reflexión, si eres mujer hoy recibirás florecitas rosas, lazos morados, citas combativas e incluso románticas, declaraciones ancestrales de buenos deseos y mucho reenviado al tuntún. Me genera una pereza similar a la que siento en mi cumpleaños cuando gente que ni recuerdo conocer me manda un mensaje pues, vete tú a saber por qué, somos amigos en alguna red social. Hoy, además, me provoca enfado porque vamos por la vida pasando por casi todo de puntillas para marcar un hecho más en la lista de tareas pendientes: hoy toca felicitar. No, hombre no, ya es hora de enterarse.
Me defino feminista desde que tengo uso, mucho o poco, de razón. En mi adolescencia participaba en concursos literarios bajo un seudónimo que se correspondía con un acrónimo y que incluía la palabra feminismo; antes, en mi colegio de monjas, preguntaba insistentemente cuando las circunstancias lo permitían, por qué las mujeres no daban misa o eran Mamás, sin embargo, ahí estaba yo, hace no tanto, criticando el lenguaje inclusivo públicamente, autoproclamándome defensora de la máxima pureza del castellano, asistiendo a conversaciones graciosísimas sobre mujeres y sus relaciones sin ser capaz de mandarles a las cloacas e incluso, alguna vez, siendo una troglodita capaz de juzgar a otras mujeres. El machismo, como el resto de ismos a desterrar, forma parte del ADN porque hemos nacido en un mundo que es profundamente discriminatorio para unos y beneficioso para otros, y la revisión, incluso para los primeros, cuesta.
El 8M no es una oda a la feminidad, es un alegato del feminismo; nació de la lucha ardua de mujeres de todo el mundo que se jugaron y perdieron la vida por unos derechos mínimos que aun hoy ni se atreven a pronunciar en muchos lugares; tenemos la necesidad, la obligación y el deber moral de continuarlo. Hoy no es día de celebración, es jornada de reivindicación.