El alcalde de Toledo quiere que Toledo sea París. Por eso pretende levantar en un espacio natural de especificidades mediterráneas un Montmartre parisino. Seguro que le gustaría que el Tajo fuera el Sena; que el museo de Santa Cruz, el Louvre y que la catedral de Santa María, Notre Dame. ¿Se habrá equivocado de lugar en el que ser alcalde? Debería presentarse a la alcaldía de París, que a los españoles no se les da mal como lo demuestra la actual alcaldesa Sra. Hidalgo. Pero Toledo es Toledo, con sus virtudes y sus defectos, y conviene que lo continúe siendo. Y que no sea ni una copia de París, ni siquiera de Puy de Fou, todos proyectos diferentes.
Eso sí, no un Toledo inmovilista, reaccionario, retrogrado y acultural, sino un Toledo en progreso, rehabilitado, sin edificios en ruinas o cerrados, con calles decentes, con un río limpio, con inmuebles históricos utilizados, con barrios llenos de gentes, con una industria cultural boyante, con una cocina diversa y de calidad, con lugares adecuados para el visitante, con una universidad puntera, con una investigación científica de proyección internacional y con una calidad de vida que pueda ser envidiada. Y todo encuadrado en un paisaje natural que forma parte indisoluble de su identidad histórica. La revolución de lo cotidiano. Resulta alarmante que el alcalde de Toledo quiera convertirla en otra. ¿No se le ha ocurrido que lo importante es que, sin perder sus características esenciales, sea una ciudad única, irrepetible, irreproducible?
En el paraje del Valle donde propone construir su Montmartre se dan las condiciones necesarias para considerarle el resto precario de una naturaleza en extinción. Cómo defiende el profesor Zárate y algunos otros aún no se ha entendido que Toledo es la ciudad que es por su arquitectura, por su historia, por su trayectoria y por una naturaleza que comprende, envuelve y explica todo lo anterior. Si se coloca un scalextric en mitad del Tajo o un Montmartre de bolsillo en el Valle o las riberas del río se llenan de hoteles o el paraje de los cigarrales de adosados o moles monstruosas, la ciudad habrá perdido «eso», intransferible e inasible. Lo que la hace única y en nada parecida a otras ciudades. No se trata de copiar, lo complejo es crear sin dañar.