Construir «menos y mejor» es una de las premisas con las que trabaja la Escuela de Arquitectura de Toledo. Y lo hace consciente, su equipo de docencia, de que hay que madurar los proyectos para intervenir «con calidad» y con la certeza de hacerlo en una ciudad que es lo que es por lo que ostenta y conserva.
Esta concepción del entorno urbano en absoluta convivencia -pacífica- con el desarrollo y la protección patrimonial no parece calar en un equipo de Gobierno municipal que se empeña en cerrar los ojos ante tal evidencia. En esta ocasión, y sin apreciar en su justa medida lo ya ocurrido en otras zonas de ‘expansión constructiva’, el Ayuntamiento se propone convertir La Peraleda en un barrio residencial en el que habitarán la nada despreciable cifra de 11.304 habitantes.
Así consta en la Memoria Justificativa de la Modificación Puntual número 29 del Plan General de Ordenación Urbana de 1986, documento que suscribe el interés municipal por devolver a este espacio la calificación de suelo urbanizable de uso residencial, uso que perdió tras la anulación judicial del POM de 2007. Con el planeamiento actualmente vigente la zona aparece recogida como suelo no urbanizable, existiendo además una zona especialmente protegida, si bien el documento de planeamiento no establece el motivo de tal protección.
Pues bien, este proceder bendecido por Milagros Tolón ha alterado el ánimo de quienes instan a aprender del pasado para evitar errores presentes y futuros. En esta línea de sintonía, la alcaldesa ya ha sido alertada de las posibles consecuencias de una intervención urbanística que, por ejemplo, preocupa mucho entre los miembros del equipo de docencia de la Escuela de Arquitectura.
Desde la institución académica confirman la inquietud despertada tras la contemplación de un proyecto que no deja de ser «una masa de viviendas con siete alturas» que provocará «un impacto en volumen comparable con el permitido en Seseña». Este botón de muestra -hartamente conocido por locales y ajenos- viene a refrendar un problema surgido «al olvidar estudiar las operaciones urbanísticas en alzado» sobre todo «cuando sabemos que si Toledo no tuviera esta silueta no sería todo lo que es».
De ahí que desde la Escuela se trate de «llamar la atención de los políticos» para que, desde el Plan General de Ordenación Urbana, se aprecien y protejan los espacios «de importante valor para Toledo».
Una zona, por cierto, especialmente protegida según recoge el documento -si bien no queda establecido el motivo de dicha protección- que se desarrollará por «gestión directa» y en tres fases ya que la zona quedará integrada en una sola área de reparto dividida en tres sectores: norte, oeste y este.
«El riesgo de no aprender de los errores»
Bajo el epígrafe de ‘Condicionantes arqueológicos’, la memoria del Plan parcial del Sector PP. 02 -de 2007- ya señala la existencia de cuatro ámbitos marcados en la Carta Arqueológica -dos de protección y dos de prevención- como La Peraleda, Azud de la Peraleda, San Bernardo y El Marrón, lo que requiere la aplicación de la Ley 4/1990 del Patrimonio Histórico de CLM así como la resolución expresa de la dirección general de Patrimonio.
Esta certeza, de sobra conocida por los responsables municipales, lleva años siendo analizada por arqueólogos y gestores que, parece que con poco éxito, alertan de una intervención poco propicia tanto para la protección del paisaje como para la conservación arqueológica. A modo de píldora ejemplarizante, en enero de 2013 durante la tertulia organizada por el Ateneo sobre el presente y futuro del Toledo visigodo, Jesús Carrobles tomó la palabra para señalar que «no tiene ningún sentido, desde un punto de vista arqueológico, establecer distinciones: los restos arqueológicos de la Peraleda y los de la Vega Baja forman parte de una misma realidad, al igual que ésta no puede entenderse sin el Circo romano. En definitiva, deberíamos acostumbrarnos a hablar de un gran yacimiento llamado Toledo, no de varios restos diferentes».
En este mismos sentido, Juan Manuel Rojas recordó que el catálogo de restos visigodos -desde sillares labrados y diversos elementos arquitectónicos hasta manifestaciones de cerámica- es cada vez más amplio y complejo. Por este motivo, añadió, causa perplejidad entre historiadores y arqueólogos que hasta la fecha no se haya desarrollado ningún proyecto de investigación a gran escala, y que el conocimiento sobre el pasado visigodo se haya producido sustancialmente a resultas de hallazgos casuales o de supervisiones técnicas forzadas por el cumplimiento de la Ley de Patrimonio en las últimas décadas.
Por otra parte, al igual que carece de rigor científico la distinción entre la Peraleda y la Vega Baja en términos arqueológicos, el especialista apreció que el mismo error se produjo a comienzos de la década de los noventa, cuando tuvieron lugar las obras de la Consejería de Obras Públicas. De ahí que alertase ya entonces de «el riesgo de no aprender de los errores cometidos entonces y repetidos diez años después en la Vega Baja, y que volverán a darse en la Peraleda una vez más si no se hace nada para remediarlo».