«Brindo por el presidente, por su distinguido acompañamiento y por el pueblo de Talavera, a donde tenía ganas de torear, porque esta plaza la inauguró mi padre, por cuya memoria brindo también». Este fue el brindis de Joselito el día de su muerte en ‘La Caprichosa’.
Hoy hace 100 años que Talavera de la Reina, pasó a formar parte la historia de la Tauromaquia, pero por un hecho luctuoso, al igual que lo entraron en el siglo XX, Pozoblanco y Colmenar Viejo.
Mucho se escribió de la triste pérdida de José Gómez Ortega ‘Gallito’, pero para recordar aquella fecha, vamos a soportarnos en el libro ‘La edad de Oro del toreo’ de Gregorio Corrochano, así como en su crónica de ABC del 18 de mayo de 1920, y la obra literaria de Ángel Hernaiz ‘La última corrida de Joselito’, ambos autores talaveranos.
Era domingo y dos días antes se pusieron a la venta las cerca de 5.000 entradas, que en una sola jornada se agotaron y se tuvo que poner el cartel de ‘No hay billetes’. La reventa estuvo por las nubes, llegando a pagar 52 pesetas por dos entradas de sol que sólo costaban 10 en la taquilla.
La empresa de la corrida, la comenzó a mover Venancio Ortega, representante de la ganadería de la Viuda de Ortega, el que se trasladó a la capital de España a contratar a Ignacio Sánchez Mejías, el cual recomendó contar con Rafael ‘El Gallo’ de compañero de cartel. Cara aventura la que se le avecinaba al ganadero, que tuvo la oferta de Leandro Villar, para organizar tal festejo, amigo de la familia de ‘los Gallo’ que pidió una subvención de 5.000 pesetas, comprometiéndose a lidiar la corrida talaverana, e incluir a José, hermano de Rafael en su lugar. Hernaiz en su libro nos cuenta que, debido a la expectación levantada en la localidad con la presencia de ‘Gallito’, en menos de 24 horas se reunió el dinero necesario entre comerciantes y particulares, industriales y labradores.
Había interés por ver los frutos del nuevo cruce de la ganadería marcada a fuego con la ‘O’, con las vacas del Duque de Veragua, y el toro ‘Canastillo’ de la ganadería de Santa Coloma. Como solía ocurrir en la época, los toros iban designados para los matadores desde el campo, o a lo sumo en la propia plaza a la hora de su enchiqueramiento. Es por lo que ‘Golondrino’, toro cinqueño y jabonero, herrado a fuego con el número 1, es el elegido para que saliese al ruedo en quinto lugar y le correspondiese al malogrado José. El toro era el más bonito del encierro y en el que más fe, tenían criador y gente de confianza del propio matador sevillano. El destino quiso que se astillase en el campo antes de ir a la plaza del pitón derecho, y se preparase a ‘Carpintero’ con el número 9 en su lugar. No obstante ‘Golondrino’ viajó a los corrales de la plaza en un intento de que saliese al ruedo en el quinto lugar del festejo, pero Pedro Vázquez y Antonio Torres, veterinarios de la corrida, lo desecharon por no cumplir las condiciones para la lidia.
En los corrales estaba ‘Bailaor’, toro negro con el número 7, de recogida cuerna y astifino. La baja finalmente de ‘Golondrino’ hizo que el destino lo colocase ante Joselito en el quinto lugar del festejo, en el último toro que tenía que matar, en ser el último toro de su vida.
Llegó por la mañana el torero y su cuadrilla en tren a Talavera desde Madrid, donde había toreado con poca fortuna el día de San Isidro. Los aficionados le despidieron de la plaza de la carretera de Aragón, increpándole «ojalá te mate mañana un toro en Talavera». Según cuentan las crónicas de la época, arreciaba el agua y el ambiente contra Joselito era una sazón común, siendo frecuente que le fuera increpado. Por ello parecía buena elección alejarse de Madrid donde el mismo 16 tenía contratada otra corrida, para torear en una plaza con un público más favorable para el espada. Incluso hubo amenazas de Guillermo Gullón, subdirector de seguridad de la policía, de prohibir el festejo de la ciudad de la cerámica, a lo que José, le recriminó diciéndole que, si hacía eso, no volvería a vestir el traje de luces en el coso madrileño.
No fue el viaje a Talavera un camino de rosas, pues a posteriori se conocieron una serie de acontecimientos que, para los supersticiosos, era augurio de mala suerte o mal fario. Al hacer una parada el tren en Torrijos, hubo una disputa que se saldó con las 40 pesetas de un velador roto. Llegó a la estación vestido con un traje negro, el mismo con el que fue amortajado el día posterior. Camino del hotel Europa iba animoso cantando de forma alegre ‘viva la novia’, se rompió en el trasiego el botijo del torero y el comentario del propio matador de «se rompió Joselito», a los tanguillos a la muerte de ‘El Espartero’ que tarareaba el de Gelves mientras se vestía o «el fuerte olor a cera como de iglesia o velatorio» que percibió Blanquet en el patio de cuadrillas de Talavera.
El día había amanecido lluvioso y eso levantó entre las cuadrillas ciertas reticencias, hasta que recordó Joselito que el torearía en Talavera, aunque diluviase, en honor a su padre que inaugurase el coso hacía 30 años. Salió a relucir su actuación en la plaza de Quintanar de la Orden donde el torero tuvo que lidiar un toro por el agua por casi las rodillas, aliviando en altura los capotes para que no se mojasen.
La plaza registró un lleno histórico, de esos que de ven cuando una figura de época como era José Gómez Ortega, torero de las ferias más importantes, decidió torear en un modesto pueblo toledano. La gente recibió a los toreos entusiastas, llenado incluso los frondosos árboles cercanos a la Basílica del Prado, agradecidos de la imponente presencia del torero. Los espadas agradaron al respetable incluso compartiendo banderillas, haciendo que los asistentes se emocionasen con las acertadas suertes ante los astados.
Salió al ruedo, ‘Bailaor’ en quinto lugar, el toro que haría pasar a la historia a Talavera de la Reina. Si bien recoge Corrochano algunas de las confidencias entre barreras con el del propio torero, manifestando que no le gustaba el toro lo que asintió el propio periodista; por otro lado, antes de sonar los clarines de muerte, volvió a cruzas unas cortas palabras con el crítico taurino, ‘el toro es burriciego’ dijo Corrochano, a lo que Gallito respondió «ha perdido el toro la vista en los caballos», tras lo cual el matador le dijo a su cuñado El Cuco «quítate Enrique, el toro está contigo y por eso no toma la muleta».
Hernaiz relata la última faena de Joselito en su obra con el siguiente relato «Joselito lo saludó con unos lances vulgares, sin templanza ni aguante, los que no obstante, fueron calurosamente aplaudidos por el público que llenaba toda la plaza. El toro, muy certero en el tercio de varas, arremetió hasta ocho veces a Farnesio y Camero, saliéndose suelto en casi todas ellas, y dejando cuatro caballos para el arrastre. Cuco y Cantimplas fueron los encargados de banderillearle, lo que hicieron regularmente, si bien con cierta dificultad, porque ‘Bailaor’ comenzó a defenderse. Cambiando el tercio, comenzó Joselito con unos pases desconfiados con la derecha, y como el toro le achucha y desparrama la vista, se muda la muleta de mano y ordena a los peones que se aparten. Sigue la faena laboriosamente con pases de tirón sobre la mano izquierda para sacar al toro de la querencia de un caballo muerto junto a los tableros del uno, y cuando lo tiene conseguido, y a tiempo que el espada, que ha dado un paso atrás, se dispone bien a mudarse de mano la muleta o a desdoblarla, pues quedó plegada en el último pase, se le arrancó ‘Bailaor’ con la velocidad de un expreso, y dándole solo tiempo a Joselito para adelantar la muleta, que tiene en la mano derecha, se llevó en la brusca acometida el cuerpo del infeliz torero, suspendido por la parte media del muslo derecho, sobre el pitón izquierdo. Aun cuando todo fue momentáneo, se vio que al derrotar en alto el toro, cedió el cuerpo del hombre que, doblándose por el vientre sobre el pitón derecho, quedo así unos instantes, girando luego sobre el cuerno y cayendo de cabeza a la arena, donde quedó encogido el lado izquierdo. Se revuelve el astado sobre el bulto, y José, en el suelo, donde estaba, se tapa la cabeza con las manos, pero ya están todos al quite y se llevan al toro. Es entonces cuando Joselito trató de incorporarse sobre las rodillas, llevándose ambas manos al sitio de la herida, por donde se ve asomar algo sanguinolento. Hay tinte cadavérico en su rostro, una mueca horrible de dolor y sufrimiento en el gesto, y a punto esta de caer desplomado, cuando los brazos amigos de Blanquet, lo sujetan por las axilas».
Joselito murió a los pocos minutos en la enfermería, no sin antes sonar los acordes del pasodoble ‘El Relicario’ al arrastre de Bailaor. El alcalde de Talavera, el señor González de Rivera invita ante el estupor a subir al palco a Sánchez Mejías, el cual declinó diciendo ‘Venga al otro toro, para acabar cuanto antes’, por hacerle saber a su cuñado y compañero de cartel que el percance no tenía importancia.
Lo demás puede ocupar otras líneas de este diario a lo largo de las sucesivas publicaciones, sin antes comentar que todo Talavera se conmocionó, suspendiendo el alcalde todos los actos festivos en señal de luto, y la improvisada capilla ardiente situada en la misma enfermería se cubrió con telas negras con galones dorados, escoltando al finado seis velones a modo de guardia de honores, fue lugar de peregrinación de aficionados, curiosos o simplemente aquellos que quisieron presentar los respetos al gran torero caído muerto en esta plaza.
Poco más de 24 horas pasaron de su llegada a Talavera, y portado en un suntuoso ataúd negro y plateado, fue conducido por los miembros de su cuadrilla en hombros hasta el carruaje que lo conduciría hasta la estación de tren. Un cortejo multitudinario precedido por guardias civiles a caballos, sacerdotes de riguroso luto; tras el cuerpo sin vida, su cuñado y compañero de cartel Ignacio Sánchez Mejías, autoridades, cuadrilla del torero y el pueblo talaverano que destocado y en silencio lo arropó hasta su despedida hacia Madrid en ferrocarril.