La ocupación del yacimiento se desarrolla de forma continuada desde finales del tercer milenio hasta inicios del primer milenio antes de Cristo, momento en el que la población del Cerro se traslada al peñón que actualmente ocupa la ciudad de Toledo. A pesar de no haberse documentado por completo ninguna estructura de habitación en las sucesivas campañas de excavación, el autor del proyecto cuenta con los suficientes datos para afirmar que las cabañas son de planta circular u ovalada con un zócalo de piedras, y las paredes y techos son de ramaje con manteadas de barro.
La tradición arqueológica de la zona se ha basado en la recogida esporádica de materiales depositados en las terrazas del río Tajo o las tierras cercanas, y en la documentación y publicación de pequeños hallazgos por parte de arqueólogos o de simples aficionados. A la hora de sintetizar el desarrollo de la Edad del Bronce en el valle del Tajo resulta arriesgado establecer una periodización por carecer de la suficiente información, ya que pese a las campañas de excavación del yacimiento, el Cerro del Bú no ha aportado ninguna información que ayude a despejar las incógnitas planteadas.
Con respecto al registro material, la escasa representatividad de la línea estilística de las cerámicas dificulta identificar su evolución cronológica o material. Se asume, por tanto, que este período no debe diferir en gran medida del que se desarrolla en áreas limítrofes como La Mancha, en donde se acepta que la Edad del Bronce sufre una evolución continua a lo largo de 700 años. En recientes trabajos se admite la existencia de un horizonte formativo en el valle del Tajo donde conviven formas y materiales de la Edad del Cobre con piezas ya de la fase clásica de la Edad del Bronce (Ruiz Taboada, 1993), dicho horizonte formativo estaría identificado en los niveles más antiguos del lugar.
Con respecto al contexto social en el que se desarrolla el poblamiento durante la Edad del Bronce, se dan las bases suficientes para la existencia de sociedades complejas, la información con la que actualmente se cuenta permite identificar un sistema de asentamientos permanentes plenamente consolidado en la cuenca media del Tajo al que pertenecería el Cerro del Bú.
El valle medio del Tajo, se asegura en este proyecto, pese a la escasa relevancia que tradicionalmente ha tenido a nivel arqueológico, cuenta con las suficientes garantías materiales para asumir el papel que realmente le corresponde dentro de la investigación prehistórica peninsular.
En cuanto a la ocupación islámica, la fortificación, actualmente visible, fue construida y utilizada por tropas musulmanas durante el siglo X, y se encuentra en relación con la serie de obras de asedio mandadas levantar por el califa Abd al-Rahman III en su asedio a Toledo y cuyas fuerzas estaban centralizadas en la ciudad de Madinat alfath (Chalencas).
En cuanto a la valoración arqueológica del yacimiento, tanto Castaños Montijano (1905) como Enrique de Álvaro y Juan Pereira (1990) identifican la existencia de un recinto amurallado en el cerro. Sergio Martínez Lillo (1988) interpreta dicho recinto como parte de una fortificación construida y utilizada por tropas musulmanas y que se podría relacionar con el recinto mandado levantar por Abd al-Rahman III durante su asedio de Toledo del año 931. Al rendirse la ciudad de Toledo esta posición estratégica perdió importancia y se abandonó. Ello viene avalado por la datación de la primera mitad del siglo X de la inmensa mayoría de la cerámica medieval encontrada en el transcurso de las excavaciones arqueológicas. Por último, si esta atalaya fuese la Torre de los Diablos de la que hablan los documentos mozárabes resulta posible que estuviese abandonada en 1156.
Con respecto a la ocupación altomedieval, la muralla es el único elemento arquitectónico conservado y, aún, visible. A raíz de la inspección del yacimiento con motivo de la redacción de este proyecto, se ha documentado la existencia de dos bastiones más de las mismas características, el primero localizado en la vertiente oriental del cerro, como parte del cierre del recinto amurallado, y el segundo en la esquina sur oeste del recinto inferior. Ambos bastiones permiten, por una parte, datar el muro al que aparece asociado y, por otra, delimitar de forma bastante precisa lo que debió ser el primitivo recinto islámico.
El estudio espacial del recinto islámico muestra la existencia de una superficie amesetada entre el cierre exterior del recinto por su vertiente sur y la zona alta del cerro, donde según las fuentes históricas se localizaría la Torre del Diablo. Dicho espacio puede ser interpretado como patio de armas lo que abre la posibilidad de que la fortaleza islámica constara de un recinto superior y otro inferior.
La puesta en valor de la estructura perimetral del recinto amurallado islámico con sus cuatro elementos defensivos o de contención puede representar la recuperación de un espacio histórico que hoy se encuentra totalmente perdido.