El informe Aragoneses

A. de Mingo / Toledo
-

En 2016 no sólo se cumplirán 10 años desde la paralización del proyecto de la Vega Baja de Toledo • Hace sesenta años fue descubierto el Credo epigráfico visigodo, una de las inscripciones claves de la ciudad

El año que viene tendrá lugar un doble aniversario relacionado con lo que se conoce en Toledo como Vega Baja. Se cumplirán, en primer lugar, diez años desde la paralización del polémico proyecto urbanístico que pretendía construir 1.300 viviendas en uno de los espacios de mayor potencialidad arqueológica de toda España. Muchos de quienes se habían manifestado en contra de esta operación llevaban ya mucho tiempo advirtiendo de los riesgos, conscientes de que la mayoría de las intervenciones realizadas en la zona desde hacía varios siglos -incluida la construcción de la Fábrica de Armas en el siglo XVIII- habían deparado el hallazgo de importantes restos. Uno de estos descubrimientos, en las proximidades de la basílica del Cristo de la Vega, había sido un conjunto de fragmentos de piedra caliza que contenían una de las inscripciones históricas más importantes de Toledo: el Credo epigráfico de la Vega Baja, que hoy se conserva en el Museo de los Concilios y de la Cultura Visigoda, en la iglesia de San Román. Entonces corría el año 1956 y crecía la red de alcantarillado bajo lo que históricamente habían sido huertas y descansadero de ganado.

La apertura de zanjas durante la primavera había llegado, después de bordear la tapia sur del cementerio del Cristo de la Vega, hasta la pequeña explanada situada frente al templo. Los obreros encontraron allí, entre los cuatro y los seis metros de profundidad, una gran cantidad de sillares de piedra con los cuales construyeron una improvisada caseta en donde guardar las herramientas.

«Pasaron los meses, el tajo de trabajo avanzó, y la caseta a pie de obra fue derruida por inservible. Un mes después pasé por aquellos lugares y en la escombrera de demolición hallé dos fragmentos de un Credo epigráfico del siglo VII, primero que aparecía en España, junto a otros que, unidos in situ, formaron un tablero de grandes dimensiones...». Manuel Jorge Aragoneses (1927-1998), entonces un joven arqueólogo con responsabilidades en el Museo Arqueológico Provincial de Toledo -que muy pronto reagruparía sus colecciones con la del Museo de San Vicente para constituir lo que hoy se conoce como Museo de Santa Cruz-, fue consciente desde el primer momento de la importancia del hallazgo. Al año siguiente reconocía, en un artículo publicado en la prestigiosa revista Archivo Español de Arte (editada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas), que «la destrucción del núcleo urbano de la Vega debió ser furibunda y el área de dispersión de los fragmentos muy crecida. Sólo unas excavaciones metódicas y bien planeadas podrán despejar ésta y otras incógnitas que se ciernen aún sobre el Toledo visigodo».

Las premonitorias palabras de Jorge Manuel Aragoneses, corroboradas desde entonces por otros arqueólogos -por mucho que los gestores municipales de 2006, con el alcalde José Manuel Molina a la cabeza, llevasen años argumentando que en la Vega Baja tan sólo aparecerían simples «cabañas de pastores», las cuales no impedirían que se llevase a cabo la urbanización-, se concretaron en un breve memorial que a lo largo de los últimos sesenta años no ha perdido un ápice de vigencia. El informe Aragoneses planteaba la necesidad de «testimoniar la extraordinaria riqueza arqueológica de la zona, que a través de unas catas estrechas y accidentales proporcionó materiales tan abundantes y valiosos. Esta circunstancia incita a acometer cuanto antes un amplio plan de excavaciones, ya que el ensanche de la ciudad, de modo natural e inexorable, está abocado hacia esa parte; ensanche que de no ser rigurosamente fiscalizado destruirá para siempre inapreciables tesoros artísticos».

Aragoneses esbozó también una serie de ideas -«proclamar la necesidad, cada día más urgente, de redactar un catálogo de piezas toledanas», o «reforzar con nuevas pruebas la relación estilística entre los focos cordobés y emeritense, y el toledano»- que dejaba en manos de las administraciones competentes para que se profundizase en el conocimiento arqueológico de esta zona de la ciudad. La aparición de nuevos hallazgos a lo largo de los meses siguientes -se encontró un tesorillo de monedas al excavar una acometida, en esta ocasión en las proximidades de la carretera de Ávila- y la apertura del Museo de Santa Cruz algunos años después pintaban un futuro prometedor. Desgraciadamente, no fue así. Ni entonces, ni sesenta años después.