L a falta de una estrategia arqueológica y la inexistencia de un archivo unitario de los trabajos realizados en Vega Baja son claro ejemplo de lo que continúa siendo una de las más apremiantes asignaturas por resolver en esta ciudad. Hasta la fecha, y pese a los repetidos intentos por parte de este periódico y de otros colectivos interesados, no existe un informe ‘completo’ de lo excavado, analizado y estudiado a lo largo de las diferentes fases allí desarrolladas. De ahí que sólo podamos remitirnos a lo escrito y relatado en 2006 tras el indulto otorgado a Vega Baja.
«Vega Baja es un conjunto arqueológico urbano, complejo y extenso». Así calificaba Juan Manuel Rojas, el que fuera arqueólogo de la Empresa Municipal Vega Baja, en uno de sus informes la potencia arqueológica del terreno. Tanto los arqueólogos que trabajaban en la zona como los expertos de la Consejería de Cultura dejaron claro en sus estudios que la zona comprendida entre Sabatini y el edificio de Fremap conforma el núcleo de mayor asentamiento del yacimiento, límite que coincide con el área central del proyecto urbanístico, ya que, como se preveía desde el principio, la mayor riqueza arqueológica estaba ubicada en la parcela destinada a Hipercor.
En el informe definitivo de esta parcela se documentó la aparición de «una gran nave» de 25 metros de largo por siete de ancho, en la que se hallaron una serie de postes centrales de los que se conserva uno. Y aunque el autor del análisis prefiere no pronunciarse sobre la función del edificio, los arqueólogos de la Consejería de Cultura consideraron que, por su orientación, se podía tratar de una mezquita del siglo VIII. De confirmarse «sería una de las más antiguas del mundo, puesto que de esta época no se conservan restos», explicó uno de los técnicos.
El espacio de Vega Baja también ‘esconde’ la existencia de tres grandes recintos organizados alrededor de un gran espacio abierto asociado a un suelo de ‘opus signinum’ -especie de ‘hormigón’ utilizado por los romanos-, y una canalización que podría corresponderse con restos de una edificación hidráulica. Precisamente la presencia de estos elementos hidráulicos, así como los restos de una noria en el vial 6 -alejados del cauce actual del río- hizo pensar a los arqueólogos en la existencia de un antiguo ‘brazo de agua’ del río Tajo, hoy desaparecido. De hecho, en varias parcelas los arqueólogos detectaron zonas inundables que se corresponderían con este ‘brazo’ fluvial.
Como ya se anunció en su día y quedando así reflejado en otro de los informes, se constataron los restos de una torre visigoda, estructura que pudiera ser parte de una entrada fortificada asociada a los palacios reales, y las estructuras de una vivienda señorial, con al menos dos patios con sendos porches y quizá un área privada de explotación agropecuaria en la que se inscribiría un silo de almacenamiento.
También se descubrieron restos de viviendas en un único conjunto edificado de 900 metros cuadrados. Además de los restos de estructuras, el suelo de Vega Baja guardaba piezas como anillos, cerámicas o colecciones de monedas de época visigoda e islámica. Entre esos elementos, cabe destacar las tres colecciones de monedas de oro visigodas con las efigies de los reyes Suintila, Sisenado y Chintila, datadas en el siglo VII, tiempo en el que reinaron de forma consecutiva esos tres monarcas.
Estructuras, objetos y piezas que atestiguan la historia de un suelo que un día fue la capital visigoda de España del siglo VI. Un suelo sobre el que muchos arqueólogos e historiadores deberían poder trabajar durante años. Un suelo sobre el que, parece estar ya más claro, no se construirán ni 1.300 viviendas, ni un centro comercial, ni un hotel.