La veneración de las reliquias de los santos y mártires se remonta a una tradición de siglos, la misma que perdura y para la que la Archidiócesis de Toledo guarda un día especial. Cada 5 de noviembre los templos diocesanos están llamados a la veneración pública de las reliquias que custodian. El máximo exponente de esta tradición en la provincia eclesiástica de Toledo se da en la Santa Iglesia Catedral Primada, aunque también cobra gran relevancia el número de reliquias que se guardan con celo en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe.
Aunque ayer el ochavo de la Catedral, donde el Cabildo venera y expone más de 100 piezas-relicarios, permaneció cerrado por las obras de restauración de la sacristía, aledaña a la capilla de la Virgen del Sagrario, el cabildo no quiso faltar a esta tradición y expuso cuatro de los relicarios más significativos en un altar efímero junto a la patrona.
El canónigo responsable de Patrimonio, Juan Pedro Sánchez, comentaba que otros años tras la celebración litúrgica de coro los fieles y los canónigos se dirigían al ochavo para cantar el Te deum laudamus, un ritual que ayer se realizó frente a las reliquias del primer arzobispo toledano, San Eugenio; del patrón de la Archidiócesis, San Ildefonso, y de las santas Leocadia y Casilda.
Cada relicario responde a un estilo artístico y esconde historias interesantes. Como explicaba Sánchez, el relicario de San Ildefonso tiene el punzón del platero italiano Virgilio Fanelli (1674), mientras que la peana sobre la que se sustenta es de la mitad del siglo XVIII, de Diego Rodríguez de Lázaro.
El navío de plata con detalles dorados, bronce, vidrio y pedrería con esmaltes, de corte gótico, sobre el que se venera un fémur de Santa Leocadia, esconde uno de los datos más llamativos de la colección, ya que perteneció a Isabel la Católica, y antes, se cree, sirvió en la mesa de su padre, el rey Juan II de Castilla como contenedor de especias.
El relicario de Santa Casilda, datado en el siglo XVI, perteneció en origen a la ciudad de Burgos, mientras que el de San Eugenio, gótico-italiano, llegó al templo Primado a través del cardenal Gil de Albornoz.
Destaca así el labrado en plata y decorado con esmaltes, que representa sobre una rica peana dos ángeles que sostienen la aureola que enmarca el cofre de cristal con la reliquia de San Ildefonso, arzobispo de Toledo.