El próximo día 11 además de celebrar el Corpus Christi (este año de una forma muy distinta desgraciadamente) también recordamos la fecha en la que el insigne Juanelo Turriano, otorgaba su testamento ante el escribano toledano don Juan Sánchez de Canales, en el año 1585. Este importante ingeniero y relojero que sirvió a los reyes Carlos I y Felipe II, nació en 1500 en la localidad lombarda de Cremona (Italia) y uno de sus más importantes trabajos fue la máquina o ingenio que construyó y con el que consiguió subir el agua desde el río Tajo hasta el edificio del Alcázar de Toledo. El rey le contrató en 1565 para realizar aquella proeza de la ingeniería hidráulica que estuvo desarrollando durante cuatro años, fecha en la cual dejó el artificio funcionando y suministrando el agua en cantidad mayor (más de un cincuenta por ciento) a la que habían fijado en el contrato previo.
Conocido es el problema que surgió a la hora del pago de los trabajos a Juanelo, ya que él adelantó todos los gastos de la máquina, pero se le negó el cobro. Poco después la Corona le encargaría un segundo artificio a Juanelo el cual quedaría de su propiedad y posteriormente de sus herederos, aunque de nuevo le dejaron con la deuda a sus espaldas, lo que provocó la ruina del ingeniero italiano y de su familia. Como dato interesante recordamos que Juanelo consiguió una merced por parte del rey, ya que fue nombrado alcaide de la cárcel de Ocaña, así como el derecho a vender este cargo, venta que efectivamente realizó para –lógicamente- obtener ingresos con los que alimentar a su familia.
Años después y cuando los síntomas de la vejez y la enfermedad acechaban a Juanelo, decidió realizar su testamento hace exactamente 435 años. El documento original se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Toledo, pues recordemos que Juanelo vivió en Toledo durante una buena parte de su vida; en algún momento posiblemente cerca de la Catedral, ya que algunas crónicas dicen que el famoso hombre de palo que él creó, se dirigía puntualmente desde la casa del inventor hasta el palacio arzobispal, aunque gracias al testamento descubrimos que Juanelo poco antes de morir residía en la parroquia de San Isidoro, en pleno barrio de la Antequeruela, dato muy lógico si recordamos que Juanelo debía de encargarse del mantenimiento y cuidado del artificio que se encontraba muy cerca de este querido barrio toledano.
Árbol genealógico de Juanelo Turriano.En su testamento Juanelo dejó dicho que debía ser velado en el convento de Carmen de Toledo (hoy desaparecido) situado al final de la actual calle Cervantes. Nombró como ejecutor de sus deudas a su yerno Diego Joffre e indicó que «sus relojes y sus libros» fueran entregados al rey. No podemos olvidar su buen hacer como relojero y matemático, pues no fue casualidad que su opinión la tuviera en cuenta el mismísimo papa Gregorio XIII cuando procedió a instaurar el nuevo calendario que tomaría su nombre, es decir el calendario gregoriano y que se implantó en octubre de 1582.
Gracias al testamento de Juanelo que hoy recordamos sabemos que tuvo una hija llamada Bárbula (o Bárbara) Medea Turriano, la cual se casó con el doctor Orfeo de Diana. Esta a su vez tuvo al menos tres hijos; Gabriel, Juanelo y María Turriano de Diana. Juanelo quiso ser enterrado con el hábito de la Virgen María y en el sitio que designara su hija Bárbara. Juanelo fallecería dos días después, es decir el 13 de junio de 1585, siendo enterrado en la iglesia del citado monasterio del Carmen, concretamente en la capilla de Nuestra Señora del Soterraño. Lo más triste de la historia de Juanelo y de su familia, es la situación en la que quedaron ante la deuda de 6.000 ducados que el Ayuntamiento de Toledo contrajo con ellos. Así lo indica en sus últimas voluntades señalando que «queda pobre, con dos nietos y dos nietas huérfanos». Se trata sin duda de un triste final para un hombre de probada inteligencia y sabiduría, que consiguió lo que muchos habían intentado antes, es decir abastecer de agua a la imperial ciudad de Toledo con el agua de su más preciada fuente, el río Tajo, cuyas limpias aguas entonces se podían beber y que por desgracia hoy nada tienen que ver con aquél entonces. Recordemos como le definía su amigo Esteban de Garibay: «Fue alto y abultado de cuerpo, de poca conversación y mucho estudio, y de gran libertad en sus cosas: el gesto algo feroz, y la habla algo abultada, y jamás habló bien en la española; y la falta de los dientes por la vejez le era aún para la suya italiana de grave impedimento».
*José García Cano es académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.