«Todo tiene una razón». Juan Manuel Rojas Rodríguez-Malo siempre recurre a este axioma a la hora de contemplar las evoluciones, en este caso, de un terreno físico habitado. Por ello, la charla que, ‘Sobre el urbanismo de Toledo: últimas consideraciones’, ofreció en la sede del Ateneo le sirvió para visionar una ciudad que conoce como pocos. Durante su disertación, regresó a los distintos asentamientos que han marcado el devenir actual de un urbanismo que, todo hay que decirlo, persigue ahora intereses bien distintos a los nacidos en tiempos remotos.
Porque aunque «incluso en la antigüedad no puede negarse la especulación» orquestada por los organismos oficiales que distribuían el territorio, no hay que olvidar que «las vías de comunicación y las necesidades de la población» estaban presentes en una secuencia urbana que, por suerte, conserva sus huellas. En este punto, y contraponiendo la planificación atesorada en el subsuelo tanto de la zona perimetral como en el Casco, el arqueólogo apreció que «mientras en el pasado las casas se realizaban siguiendo la tradiciones conservadas por los maestros» -que conocían los frutos otorgados por estos procedimiento-, ahora «la organización del terreno es jerárquica y está en manos de los técnicos».
Y puesto que todo parece indicar que «hoy no se piensa en las necesidades de la población» de cara al futuro, Rojas divisó un entorno urbano que «sólo ofrece calles y urbanizaciones periféricas», que desconecta al ciudadano de su entorno y que evita la «necesaria interacción» precisa para que las personas se «sientan parte de un grupo», de un territorio.
Pero la concepción urbanística se torna absolutamente depredadora cuando de actuar sobre un espacio patrimonial -por suerte muy habituales en esta ciudad- se habla. Es entonces cuando su falta de previsión se torna inconcebible. No en vano, este experto en un suelo, el de Vega Baja, que «es un espacio patrimonial único como no existe en ninguna otra ciudad europea», este arqueólogo conocedor de parte de lo allí atesorado -«todavía quedan algunas zonas que no han sido suficientemente estudiadas y que merecen serlo»- consideró que «cohesionar no es construir edificios y casas» especulando -no sólo en el mal sentido- con el terreno.
Todo cuando, además, este espacio debería ser contemplado como «una verdadera oportunidad» en una ciudad eminentemente turística que, aunque sólo fuera desde el punto de vista histórico, posee el rastro de «la capital del reino visigodo».
Sobre la conveniencia de hacer ciudad generando ese «importante tejido social» que es, al fin y al cabo, el que otorga identidad y bienestar, Juan Manuel Rojas tuvo a bien recordar cómo ha cambiado la percepción ciudadana en torno, por ejemplo, «a la recuperación de plazas, antes dedicadas a aparcamiento,» que como la de El Salvador se ha convertido en lugar de encuentro de los residentes del Casco, en espacio de convivencia de familias y jóvenes.