En plena comarca de los Montes de Toledo nos encontramos con Navahermosa, bello lugar cargado de historia, de tradición y de magia. Famosas fueron las curanderas y hechiceras que habitaron esta tierra y cuyas historias nos han llegado hasta nosotros cargadas de misterio, anécdotas y fórmulas ancestrales. Tal fue el caso de las hermanas Leonarda y Francisca de Huete, hermanas y residentes en Navahermosa a finales del siglo XVIII, a las cuales las conocían en toda la zona de los Montes como 'las Pelonas', ya que se dedicaban a curar enfermos de los pueblos de alrededor, aunque en alguna ocasión sus métodos de curación dejaron mucho que desear pues más de uno de sus clientes falleció a raíz del tratamiento que le pusieron las dos hermanas. La reputación de ambas era bien conocida por sus convecinos; Leonarda muchísimo más joven que Francisca era viuda y tenía dos hijos; los servicios para sanar que realizaban solían tener un coste de veinte reales y ambas eran tan pobres, que tenían que hilar lana o lavar ropa para poder subsistir. Es curioso como ambas siempre ofrecían el mismo diagnóstico: hechizos; era habitual que independientemente del achaque del enfermo la explicación fuera que le habían hechizado y por ello las Huete debían quitarlo y, por ende, cobrar. Al criado de un familiar del Santo Oficio de Ajofrín le dijeron que era víctima de cierto hechizo, si bien es cierto que en esta localidad toledana las dos hermanas tenían muchos seguidores y clientes, como por ejemplo un clérigo llamado Ulpiano Aguirre, al que dijeron que le habían hechizado por cupa de dos tajadas de hígado que le dieron por el torno del monasterio de Santa Úrsula de Toledo capital. Las curanderas untaron el estómago del clérigo con aceite de candil y recitaron unas oraciones, acciones que poco ayudaron al pobre Ulpiano, ya que a punto estuvo de morir horas después. Otras de las antiguas tradiciones que se practicaban en los Montes de Toledo, era la que realizaban sus habitantes para protegerse de las tormentas; para ello debían acudir el domingo de Resurrección a misa, recogiendo agua bendita de la iglesia, la cual era llevada en un recipiente a su casa; dentro del mismo echaban siete piedras y cuando estallaba la tormenta, cogían una de las siete piedras y la tiraban sobre el tejado de la casa, con lo cual la familia estaba protegida ante cualquier problema. En Guadamur y dentro del interesante Museo de Artes y Costumbres de los Montes de Toledo, se conservaba un cerillo de Santa Mónica, que se encendía durante el trascurso de una tormenta, y de esa manera protegía a todos los miembros del hogar.
Como si una verdadera rama del curanderismo fuera, los saludadores y las saludadoras se prodigaban por nuestra provincia, intentando curar la rabia que afectaba muy comúnmente tanto a personas como a animales. Aunque la iglesia también tenía sus fórmulas y protocolos para curar la rabia, es cierto que los saludadores usaban de otros métodos menos devotos. Santa Quiteria es la patrona contra la rabia y su advocación se prodiga por media España, teniendo en nuestra provincia el caso de Marjaliza, donde se le tiene mucha devoción y donde existe una fuente que llaman Columbio, lugar donde se dice que sufrió martirio esta santa y a cuyas aguas se le atribuyen determinadas propiedades curativas y medicinales, entre ellas la de sanar la rabia. La fe y devoción que se tenía a estos saludadores y saludadoras, era tal que la gente pensaba antiguamente que no se quemaban con el fuego y que poseían una serie de capacidades que la mayor parte de los mortales no tenemos. Era habitual que estos saludadores curasen con su saliva, algo que visto con los ojos de nuestra época nos deja ciertamente confundidos. Estas personas han seguido trabajando y sanando prácticamente hasta hace unas décadas, siendo algo de lo más natural acudir a ellos y a ellas para sanar de la rabia.
Llegamos a Madridejos, interesante localidad con mucha historia a sus espaldas y lugar donde abundaron las hechiceras especializadas en cuestiones de amores, quizá porque este servicio era muy demandado por sus vecinos y vecinas o porque las primeras vieron una importante fuente de ingresos. Conocemos del caso de Juana Martínez Dientes, vecina de Madridejos a la que en 1537 juzgo el Santo Oficio por hechicera. Fue esposa del labrador Bartolomé Martínez y acusada junto a Mari López (mujer de Fernán Sánchez Zamudio) y a Catalina de Quero natural de Camuñas y a la sazón criada de Juana. Las tres conocían perfectamente los métodos que otras hechiceras utilizaban para amarrar a los hombres y que no les abandonasen, así como otras fórmulas para atraer mozos junto a ellas. Una de ellas era acudir de noche al osario, para coger tierra de alguna sepultura, que luego arrojaban a la puerta del vecino que a ella les gustaba. Esta operación debían repetirla durante nueve noches seguidas y cuando lo hacían, debían de seguir sus pasos sin mirar nunca hacia atrás. Juana perfeccionó otro método para atraer a los hombres; debía encerrarse a medianoche en una habitación iluminada solamente por una o dos candelas y en el centro colocaba una escoba. Con mucho cariño, agarraba la escoba para barrer el suelo de dentro hacia fuera diciendo lo siguiente: «Fuera echo, meto dentro». A continuación, se desnudaba y con sus propias ropas vestía a la escoba, con la que sorteaba quién iba a ir a por el hombre, si la mujer o la escoba. Parece ser que siempre ganaba la escoba, con lo cual la dejaba detrás de la puerta y entonces Juana salía de la habitación y volvía a entrar repitiendo esta vez lo siguiente: «Sálvete Dios, quicial umbral. Tres veces te atrabanque tres diablos en ti halle, tres veces te atrabancara, tres diablos en ti hallara». Tenemos también el caso de Inés Cacha, juzgada por la Inquisición entre 1698 y 1701, la cual tenía dos hijas (Inés y María Esteban), la cual fue acusada de anular la capacidad sexual de las personas. Un vecino llamado Joseph Sánchez confesó haber tenido relaciones con las dos hijas de Inés, por lo que después fue requerido para que se casase con una de las hijas; al no poder realizar los desposorios por estar ya casado, Joseph recibió la maldición de estas hechiceras y juraron venganza. Efectivamente a los pocos días, el pobre hombre vio que no podía mantener relaciones con su esposa, por lo que se convenció de que tanto la madre como las hijas le habían enviado algún hechizo. El propio médico de Madridejos, llamado Joseph Bravo, supuso que la impotencia de su paciente "se presume proviene de maleficios".