¿Cuál es, para los residentes del Casco, el principal problema con el que se encuentran en su barrio?En el estudio desarrollado por Rocío Blanco Izquierdo y Laura Arroyo Romero-Salazar para el libro ‘Casco Histórico de Toledo. Construir Convivencia’ (Javier Manzano, 2018), se mencionan problemas como el río, la falta de comercios, la falta de zonas infantiles o espacios verdes y el bolseo. Pero la mayoría de los encuestados durante el trabajo viene a coincidir en destacar, en primer lugar, el turismo como gran problema en el Casco, que tiene una derivada en la vivienda.
En muchas de las entrevistas, los vecinos sacan el tema del turismo, apuntan las autoras, porque esto tiene que ver con el comercio y con los servicios, «con que la gente que viene no es gente que reside». A su vez, el turismo viene de la mano de otro problema que también ha salido varias veces a colación, como es el de los apartamentos turísticos.
Hay un problema de saturación, que los entrevistados notan más aún durante los últimos años, y también con la baja calidad. Hay molestias para los vecinos y parece no importar, no hay políticas para los vecinos. «Toledo tiene turismo de por sí, no va a faltar. Por eso no hay ofertas para atraer un turismo de mayor calidad, con alternativas que no sean pasar tu despedida de soltera... Lo que le falta a Toledo», explica un encuestado. Ambas razones son, para algunos, incompatibles con la vida de los residentes. «No es que quiera la ciudad para mí sola y mi deleite, pero yo por la calle del Comercio ya no quiero pasar. Me voy por la paralela. El turismo se concentra en determinadas calles que se convierten en calles infierno», apunta otra.
Decían los vecinos, apuntan las autoras, que no entienden que no hay ningún plan para gestionar en Toledo el turismo. «Es una ciudad pensada para el turismo, pero no está ni siquiera pensada, entendemos que es una ciudad tan bonita, que la gente va a seguir viniendo y ni siquiera pensamos en cómo hacer que vengan», se lamentan ellas.
Porque, por ejemplo, van cerrando comercios tradicionales para dedicarlos al turismo y se encarece la vida de los residentes. En definitiva, se podría resumir todo en la expresión de un entrevistado: «el problema de Toledo, aunque sea paradójico, es el turismo. Es el turismo el que hace una ciudad cutre, fea y no para toledanos. Fundamentalmente, porque parece que todos los esfuerzos, las políticas, van dirigidas a que Toledo sea una ciudad muy turística. Yo como habitante de Toledo no le veo el beneficio que a mí me reporta ese turismo. El toledano de a pie no le ve beneficio al turismo».
Vivienda. Y el turismo puede ser una de las causas del problema de la vivienda en el Casco. Porque las viviendas en el barrio no se piensan ya para las familias, sino como apartamentos, y «mucha gente se compró apartamentos porque se hicieron muchísimos cuando su familia ha crecido se han tenido que ir. Hay pocos pisos para familias», apunta un vecino. Por un lado, hay precios muy alto. También sigue habiendo problemas de habitabilidad. Sin olvidarse de los problemas para la compra.
Explican las autoras que si antes la vivienda en el Casco se transformó para destinarla a los funcionarios, ahora está evolucionando de nuevo hacia los apartamientos turísticos. En los años sesenta o setenta, se empezaron a construir barrios periféricos, como el Polígono, u otras zonas residenciales y la gente se marchó del Casco. Los jóvenes del momento no tenían viviendas para vivir en el centro. La mayoría estaban de alquiler. Hasta que, con la llegada de funcionarios, llegó la transformación. Las casas, que eran muy grandes, se hicieron apartamentos pequeños.
De ahí, quienes se han marchado es porque ya no cabían. O tenían hijos y un inmueble demasiado pequeño, o no tenían ascensores o calefacciones. Ahora es muy difícil encontrar algo, y lo poco que encuentras es muy pequeño y muy caro. Lo poco que hay es muy caro.
Además, hay infraviviendas en algunas zonas de Toledo en las que no hay nada, suelo incluso sobre arena y condiciones de frío y humedad. Como le pasa la familia que explicó que «cuando nació Paula era diciembre y pagamos de luz 40.000 pesetas, teníamos un brasero eléctrico y una estufa de butano».