A veces, en el camino de la vida, nos topamos con personas que irradian algo especial, que con sus palabras y acciones derraman bondad; que se convierten en luz que nos muestra una realidad mucho más honda que la mediocre y prosaica en la que con tanta frecuencia nos sumimos. Una de esas personas era Martín. El padre Martín como le llamaban en Argentina. Martín Martín Martín-Tereso. Ya les hablé de él hace tiempo, cuando comenzaba a asomarme a las almenas de este torreón desde donde les escribo cada semana.
Nacido en Sonseca, don Martín falleció hace diez años en la ciudad argentina de Tucumán, pues la mayor parte de su vida la pasó en aquel país. Y, al contrario que muchos personajes aparentemente famosos e importantes, que poco a poco caen en el olvido, la figura del padre Martín no ha hecho sino acrecentarse. La fama de santidad que le acompañó en vida ha ido aumentando tras su muerte, siendo un clamor popular que ha llevado a que el arzobispo de dicha diócesis haya dado los pasos para el inicio del proceso de canonización, nombrando el pasado 22 de junio la comisión histórica que indagará acerca de su vida. En este contexto, la población de Tucumán le ha dedicado una rotonda, donde se ha erigido su estatua, inaugurada el jueves 1 de julio, en una simpática y emotiva ceremonia, a la que acudieron numerosas personas, amigos y devotos. En ella, el obispo auxiliar de la archidiócesis, Roberto Ferrari, encargado de la bendición, tuvo el emotivo gesto de tocar la armónica, pues Martín solía hacerlo con frecuencia. Durante la ceremonia se evocó la labor del sacerdote en el servicio de enfermos y ancianos, a los que atendía acudiendo en su bicicleta, todo un símbolo con el que fue representado en la estatua que preside la rotonda.
Hace pocos años tuve que impartir un curso en la Universidad de Tucumán, y pude acudir al cementerio donde reposan los restos del padre Martín, siendo testigo del cariño y la devoción que le tienen las gentes, llevando flores ante su tumba, rezando ante la misma y encomendándose a él. Aún recuerdo su figura, cuando estando yo en Sonseca, acudía él al pueblo los veranos, disponible siempre para todo y para todos, siendo fiel a su lema de que ‘trabajar para Dios no tiene horario’. No lo tuvo para él, a lo largo de los años que pasó en Brasil y sobre todo en Argentina desde que, recién ordenado, fue enviado a trabajar apostólicamente en aquellas tierras americanas. Su voz inconfundible, marcada por el acento argentino que había sustituido los dejes toledanos, transmitía la paz de Dios de la que rebosaba su corazón.
Martín Martín Martín. Martín al cubo, como al cubo era su bondad. Una figura que, ojalá, no sólo sea profeta en Argentina, sino también en estas tierras toledanas y sonsecanas que le engendraron.