Diálogos en Vega Baja acogió el jueves una «mesa de diálogo» titulada «Entre el Mundo Antiguo y la actualidad: El valor arqueológico, urbanístico y social de Vega Baja». El encuentro, que tuvo lugar tras las disertaciones de cuatro especialistas -los arqueólogos Rebeca Rubio, decana de la Facultad de Humanidades, y Ricardo Izquierdo, su antecesor; el arquitecto José Ramón González de la Cal y la antropóloga social Isabel Ralero (principales organizadores de las jornadas)-, entrecruzó los planteamientos del director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Castilla-La Mancha, Juan Ignacio Mera; el arqueólogo Jorge Morín, director del yacimiento arqueológico de Los Hitos (Arisgotas, Orgaz); el historiador del arte y periodista Adolfo de Mingo Lorente, y el historiador, articulista y expresidente de Castilla-La Mancha Jesús Fuentes Lázaro.
«Es una falacia absoluta plantear que si no se actúa en Vega Baja la ciudad se paraliza», manifestó este último. «Desgraciadamente, esta apreciación ha calado en algunas personas, así que hay que redoblar esfuerzos a la hora de explicar que el bien de la ciudad está aquí, en este paisaje cultural y en estas ruinas, por mucho que algunos digan que son cuatro piedras».
Los desafortunados comentarios del secretario general de la Federación Empresarial Toledana, Manuel Madruga -en la misma línea que los pronunciados hace quince años por el entonces presidente de la Patronal, Ángel Nicolás-, quien manifestó recientemente que el resultado de las excavaciones arqueológicas se ha limitado a «cuatro zanjas y dos monedas», fueron respondidos por los participantes. Adolfo de Mingo, por ejemplo, lamentó «el palmario desprecio por los arqueólogos y por los estudiosos del pasado de esta ciudad» por parte de promotores inmobiliarios y representantes políticos que ha ido de la mano la polémica a lo largo de estas últimas dos décadas.
El historiador del arte y periodista, que reclamó mayores esfuerzos en común por parte de arqueólogos y comunicadores, recordó algunas de las tensiones previas a la paralización de la urbanización en 2006, como el enfrentamiento entre la Empresa Municipal Vega Baja y la Asociación Profesional de Arqueólogos de la Provincia, cuyo vicepresidente, Julián García Sánchez de Pedro, recibió durísimas presiones por manifestar la importancia de los restos cuando la construcción era aún una amenaza palpable.
Jorge Morín reclamó la práctica de una «arqueología sostenible», enfocada en la dirección de «educar al ciudadano, no al turista». El responsable de la excavación de Los Hitos, especialista precisamente en época visigoda, calificó de «dislate» el pretender convertir la Vega Baja en un referente turístico. «¿Cómo puede ser que se haya pretendido instalar un museo allí, si ni siquiera somos capaces de crear un museo de la ciudad...?». Morín -que recomendó «no ligar la lectura de la Vega Baja solamente al periodo visigodo, pues se trata de un espacio periurbano de la ciudad con sucesivas capas de ocupación» (tardoantigua, islámica, etc.)- exhortó a los arqueólogos toledanos a publicar sus memorias de excavación y a ser permeables a las publicaciones de sus colegas. «Salvo raras excepciones, la mayor parte de los arqueólogos que trabajan en Toledo son ágrafos. Es decir, no publican prácticamente nada. Pero es que, además, tampoco leen. Y si no escribes ni lees, entonces eres un ignorante».
Juan Ignacio Mera, por su parte, subrayó que «la Vega Baja es la gran oportunidad de unión de la ciudad, porque permite establecer una relación entre el Toledo construido y sus vacíos». El director de la Escuela de Arquitectura, para quien «los redactores del POM no fueron conscientes de la importancia de las vegas» -poco antes, el también arquitecto y profesor, José Ramón González de la Cal, fue aplaudido por su explicación sobre la verdadera dimensión de la Vega Baja-, recomendó a los agentes implicados en el proceso «dejarse de luchas fratricidas». Mera no reclamó mayor protagonismo de los arquitectos en la polémica, pero destacó la capacidad que tendrían no solo profesores, sino también los propios alumnos de la Escuela toledana, para definir una zona de transición, «un borde» ordenado que permitiera establecer una conexión del yacimiento arqueológico con el resto de la ciudad.