No es necesario referirse a las catas realizadas por la Empresa Municipal Vega Baja en el año 2001 para advertir la existencia de un importante yacimiento arqueológico con restos que van desde la época romana hasta la Alta Edad Media. Además de tratarse de un zona que el propio Plan Especial del Casco Histórico protege, pocos han sido los arqueólogos, investigadores e historiadores que se han atrevido a pronosticar la ‘limpieza’ arqueológica de un espacio declarado Bien de Interés Cultural en 1992 y que, desde mucho tiempo atrás, ha sido centro de apetencias investigadoras.
De hecho, como recogió la revista ‘Tulaytula’ bajo el epígrafe de ‘Nuevas aportaciones al conocimiento de las necrópolis medievales de la Vega Baja’ -firmado por los arqueólogos Maquedano, Rojas, Sánchez Peláez, Sáinz Pascual y Villa-, las noticias referentes a restos arqueológicos descubiertos en la zona son relativamente abundantes, siendo la primera la que proporciona Francisco de Pisa al describir las excavaciones realizadas a finales del siglo XVI por el canónigo Tomás de Borja en las que se encontraron restos de edificaciones y conducciones hidráulicas.
También se tiene informaciones sobre la aparición de «sillares grandes de buen edificio» durante la construcción de la Fábrica de Armas por el Cardenal Lorenzana que ya en el siglo XVIII apuntó «no hay duda, pues, de que en la Vega todo estuvo sembrado de edificios en lo antiguo». Y sin viajar tan lejos en el tiempo y dejando el año 1775 para llegar a 1918, el manuscrito de Moraleda y Esteban recoge, en el terreno de la actual Consejería de Obras Públicas, el hallazgo de una importante tumba -fabricada con ladrillos- y un sepulcro aparentemente visigodos durante la ejecución de unas obras en el vivero.
Ya en 1923, con motivo de las labores de construcción de los talleres de la Fábrica de Armas, se descubren dos mosaicos romanos que, a buen seguro, formarían parte de una rica villa romana que estaría relacionada con la necrópolis aparecida en el levantamiento de dos edificios en la Avenida de la Reconquista y en la zona sur del campo de fútbol de la Fábrica. Todos estos hallazgos relatados y documentados con anterioridad se unen a los restos materiales depositados en los museos de la ciudad o reutilizados en numerosos edificios del Casco y, por supuesto, tienen su reflejo en los relatos que hablan de la ocupación de esta zona como área de huertas en la que existían edificios singulares como el monasterio de San Pedro El Verde.
Por lo tanto, y pese a quien le pese, parece obvia la riqueza latente que durante años ha permanecido en un terreno que, por su situación privilegiada y debido al desembolso económico del Ayuntamiento para su adquisición, ha despertado el interés urbanístico de mandatarios y empresarios dispuestos a desarrollar una de las zonas con más potencial de la ciudad.
Y aunque fue el Circo Romano el punto de referencia de la intervención arqueológica, desde el principio se convirtió en indudable que en el espacio Vega Baja quedaba aún mucho por descubrir, ya que la lista de los hallazgos documentados no dejaba de aumentar con cada nueva actuación.
Así, en la actual sede de la Consejería de Obras Públicas aparecieron, durante un control arqueológico, importantes restos como un estanque de planta rectangular de época romana y varias tumbas correspondientes al área de necrópolis de época hispanovisigoda. Ya en 1995, como consta en ‘Tulaytula’, en los sondeos realizados en el entorno del aulario del campus por Juan Manuel Rojas y Ramón Villa, se documentaron estructuras correspondientes a edificaciones visigodas que acreditaban la hipótesis de una existencia de urbanismo tardorromano/visigodo en la zona.
La última actuación arqueológica desarrollada, antes de las emprendidas por la Empresa Municipal Vega Baja, la ejecutó Juan Manuel Rojas en otoño de 2001 en el espacio que limita con la calle San Pedro el Verde, y en ella se hallaron distintos tipos de cimientos y bases de muros de mampostería trabada con barro, lo que corroboró la interpretación enunciada unos años antes. Ante la contemplación de los cimientos situados bajo el edificio de Fremap, que superaban el metro de espesor y que vaticinaban la existencia de una gran construcción, Rojas planteó que probablemente «el tercio meridional de la Vega estaba destinado a zona de cementerio, en torno a Santa Leocadia, y los otros dos tercios de este terreno estaban ocupados por un espacio residencial originado por la capacidad de atracción de la Basílica Pretoriense de San Pedro y San Pablo».
Un edificio, mencionado por primera vez en las actas del concilio provincial del año 597, que acogió las celebraciones conciliares VIII, XII, XIV, XV, XVI y posiblemente también la XVIII y que -consta en las actas del XII Concilio de Toledo- se encontraba situada «in suburbio Toletano», es decir, fuera de los márgenes de lo que en el VII era conocido como ‘ciudad’ de Toledo.