La memoria es imprescindible y su herencia, esencial. «Vega Baja es un conjunto arqueológico urbano, complejo y extenso». Así calificaba en uno de sus informes Juan Manuel Rojas, entonces arqueólogo de la Empresa Municipal Vega Baja, la potencia arqueológica del terreno en el que estaba -y todavía está- prevista la construcción de 1.300 viviendas públicas. Un espacio en el que se hallaron fases de ocupación de época tardorromana, visigoda, islámica emiral y medieval y que, a la espera de ser atendido, trata de resistir las apetencias urbanísticas llegadas -como ya ocurrió- del Ayuntamiento y refrendas por una parte del sector empresarial local.
En esta realidad (incomprensiblemente) repetida, y ante las declaraciones emitidas por el secretario del colectivo citado sobre la existencia, en Vega Baja, de «cuatro zanjas y dos monedas», conviene recordar -en tiempos de olvidos históricos y contemporáneos- que ya en 2006, antes de los resultados surgidos en la excavación sistemática y científica anunciada por el que fuera presidente regional, José María Barreda, tanto los arqueólogos que trabajaban en la zona como los expertos de la consejería de Cultura dejaron claro en sus estudios que la zona comprendida entre Sabatini y el edificio de Fremap conforma el núcleo de mayor asentamiento del yacimiento, límite que coincidía con el área central del proyecto urbanístico y, claro está, con la famosa parcela destinada a Hipercor.
En el informe definitivo de esta porción de suelo se documentó la aparición de «una gran nave» de 25 metros de largo por siete de ancho, en la que se hallaron una serie de postes centrales de los que se conserva uno. Y aunque el autor del análisis prefirió no pronunciarse sobre la función del edificio, los arqueólogos de Cultura consideraron que, por su orientación, se podía tratar de una mezquita del siglo VIII. De confirmarse «sería una de las más antiguas del mundo, puesto que de esta época no se conservan restos», explicó uno de los técnicos.
El espacio de Vega Baja también escondía la existencia de tres grandes recintos organizados alrededor de un gran espacio abierto asociado a un suelo de ‘opus signinum’ -especie de ‘hormigón’ utilizado por los romanos-, y una canalización que podría corresponderse con restos de una edificación hidráulica. Precisamente la presencia de estos elementos hidráulicos, así como los restos de una noria en el vial 6 -alejados del cauce actual del río- hizo pensar a los arqueólogos en la existencia de un antiguo ‘brazo de agua’ del río Tajo, hoy desaparecido. De hecho, en varias parcelas se detectaron zonas inundables que se corresponderían con este ‘brazo’ fluvial.
Como ya se anunció en su día y quedando así reflejado en otro de los informes, se constataron los restos de una torre visigoda, estructura que pudiera ser parte de una entrada fortificada asociada a los palacios reales, y las estructuras de una vivienda señorial, con al menos dos patios con sendos porches y quizá un área privada de explotación agropecuaria en la que se inscribiría un silo de almacenamiento. También se descubrieron restos de viviendas en un único conjunto edificado de 900 metros cuadrados. Además de los restos de estructuras, el suelo de Vega Baja guardaba piezas como anillos, cerámicas o colecciones de monedas de época visigoda e islámica. Entre esos elementos, cabe destacar las tres colecciones de monedas de oro visigodas con las efigies de los reyes Suintila, Sisenado y Chintila, datadas en el siglo VII, tiempo en el que reinaron de forma consecutiva esos tres monarcas.
Estructuras, objetos y piezas que atestiguan la historia de un suelo que un día fue la capital visigoda de España del siglo VI. Un suelo sobre el que muchos arqueólogos e historiadores deberían trabajar durante años. Consideró Ángel Fuentes -y así lo escribió- que «entre Constantinopla y Toledo había una línea directa de inspiración y creo que, en los siglos VI y VII no debía de haber, en la distancia entre ellas, ninguna ciudad comparable a ninguna de las dos».