Tess es una adolescente, una niña de los nuevos tiempos, de la extensión del sistema de enseñanza victoriano, cuya educación le ha alejado del mundo de la ignorancia y las fantasías en que viven sus padres. Por desgracia, se ve arrastrada a causa de la torpeza y el delirio de grandeza de sus progenitores, ejemplo de familia que vive continuamente en la frontera de la miseria, sufriendo todo tipo penalidades causadas por la incultura, la superstición, y la crisis económica de 1873.
Para comprender los entresijos de la novela tenemos que trasladarnos al último tercio del siglo XIX, al sur de Inglaterra. La acción comienza en el empobrecido y rural condado de Wessex: en el poblado de Marlott, en una casita arrendada, sobrevive Tess con sus padres y hermanos. Su mayor miseria no es el gusto por la bebida de su padre, ni la desidia, en cuanto al trabajo doméstico se refiere, de su madre, ni tan siquiera la indolencia del primero para proveer de sustento a la familia, sino la ignorancia, la idiotez, la inconsciencia que gobierna en la casa de John y Joan Duberfield, cuyas consecuencias se extienden irremisiblemente a sus vástagos.
Para colmo de sus males, un vecino informa al padre de que tienen sangre noble al provenir de una antigua familia normanda, ya extinguida. La noticia se le sube a la cabeza a John Duberfield como la cerveza de La Gota Pura, su comportamiento quijotesco, en cuanto a la fabulación y la inmediata inversión de la realidad hace avergonzar a la atribulada Tess, y le trae la ruina. La madre, de una perversidad inconsciente, no cesa hasta intentar sacar algún beneficio de sus “orígenes aristocráticos”, obligando a su hija, sola e indefensa, a ir a casa de unos supuestos parientes ricos con el sueño de que sería apadrinada por éstos. De este ominoso lance, lo único que consigue la muchacha es cuidar las aves del corral y ser violada por su “primo”, Alec d’Urberville, cuyo objetivo absoluto desde el momento en que ve su hermosura y candor es el de ultrajarla, y no cede en su persistente acoso, por más que ella interpone entre ambos prudencias y recelos, hasta conseguirlo. Vuelve a casa de sus padres y como consecuencia de estas agresiones da a luz un niño enfermizo, al que pone por nombre “Pena” y que vive sólo unas semanas.
Convertida en una mujer seducida y violada, capturada como una bestia pero con la conciencia de ser algo más, un ser humano, una mujer sujeta a la fatalidad y al azar. Mujer a la que se ha despojado, si tenemos en cuenta el contexto de le época, de su principal fortuna femenina: la pureza. Sale, otra vez, lejos de su casa, ahora en busca de un nuevo horizonte de existencia más real.
El mayor defensor de Tess es el propio autor que ya en el subtítulo la califica como una mujer pura y a lo largo de toda la obra quiere demostrar su inocencia vital sin importarle provocar así a la sociedad victoriana que había hecho de la hipocresía sexual su marca personal.
Hardy, haciendo sentir al lector, por partes iguales, compasión y empatía, lleva a la protagonista de un escenario a otro como fondo de las calamitosas historias que le han de suceder. Describe una naturaleza cargada de belleza que esconde en su interior todas las desventuras imaginables: la antigua gruta The Chase donde se oyen sollozos después de haber sido violada por Alec; el fértil valle de Froom donde se enamora entre vacas, pues en ese espacio de efímera felicidad está la lechería, intentando salir aquí adelante por su esfuerzo y trabajo, Tess encontrará al amor de su vida, a su fugaz marido, víctima de los prejuicios sociales, Angel Clare: un sueño propio desvanecido, fruto de la lealtad y pureza de corazón de nuestra heroína; la granja Flintcomb-Ash, árida tierra en la que sufre las fatigas obligadas de una trabajadora agrícola, siempre al borde de la simple subsistencia; o el ancestral y fatídico Stonehenge. Todos ellos parajes bucólicos, hermosos, a la par que crueles e indiferentes.
Tess d’Urberville: una mujer pura. Casada infiel, de infidelidad comprada, trocada por necesidad y abandono. Frustrada en su aspiración de superación social y su deseo de tener una buena vida por méritos propios. La belleza de la protagonista es un obstáculo permanente para una mujer que debe arreglárselas sola, sin ayuda ni protección para existir. Su instinto de conservación le lleva a taparse la cara para evitar el acoso de los hombres pues la culpan de tentarlos con su sola presencia. La maldad se ceba en las buenas personas, nadie perdonará su marca imborrable, ésta no le permitirá escapar de su destino.
Leer esta novela con atención es entrar en una fiesta de vocabulario renovado, asistir a construcciones desveladas, observaciones intensas y precisas. Disfrutaremos del paisaje que va más allá de su caracterización plástica o estética. Su fuerza trágica y su especial gusto por la fatalidad nos mantendrán alerta hasta el final de la obra.
*Coordinadora de clubes de lectura y actividades de la biblioteca municipal José Hierro