Comenzó siendo el mozo del tambor y acabó por ser Maestre de Campo de los Tercios. Julián Romero es el prototipo de aquellos soldados y aquel tiempo. No se perdió ni una sola de todas las batallas, desde la conquista de Túnez, San Quintín, Gravelinas, defensa de Malta, Jemmingen, Mook al asalto de Amberes, de aquella temible y temida infantería que desconocía el protocolo de rendición porque nunca había sufrido la derrota. Si alguien ejemplifica aquellos Tercios españoles es este conquense, manco y tuerto a causa de sus heridas de guerra, que fiel a su destino murió a caballo, pero no por arma enemiga, sino fulminado cuando acudía por el famoso Camino Español, al frente de sus tropas a combatir de nuevo en Flandes.
Nació en el año 1518 en el pequeño pero hermoso pueblo conquense de Huélamo, a orillas del río Júcar en su tramo alto, más agreste y salvaje. Allí tiene una estatua y ante ella este humilde escribano pronunció el pregón de las jornadas que los vecinos vestidos para la ocasión con las ropas y armas que la época requiere, celebran en su honor. Durante ellas, una compañía de nuestra actual infantería recreó una de aquellas famosas encamisadas nocturnas, cruzando el río, que eran el terror de los ejércitos enemigos, en homenaje a la que encabezó el propio Romero contra el campamento del mismísimo Guillermo de Orange.
Julián era hijo de un vizcaíno, Pedro de Ibarrola, maestro de obras, y de Juana Romero, de Huélamo, pero con orígenes y familia en el no lejano pueblo de Torrejoncillo, donde vivió parte de su infancia y adolescencia. A los 15 años partió de allí uniéndose a unos soldados que iba a embarcarse en dirección a Túnez, el gran nido de la piratería en poder del famoso Barbarroja. El mozo, a quien se dio como primer instrumento de guerra el tambor de la compañía, participó en la toma de la fortaleza de la Goleta, de la que años más tarde sería capitán, y finalmente en el asalto de Túnez (1534), donde las tropas españolas del Rey Carlos, que combatió en cabeza, conquistaron la ciudad, ayudados por la rebelión interna de 5.000 cautivos españoles que allí tenía presos el pirata.
Tras aquella jornada memorable, pasó ya como soldado del Tercio a Italia, y con ellos participó en la defensa y liberación de cerco turco de Malta, pasando de allí a Francia, donde junto con tropas recién licenciadas al mando del Maestre de Campo Pedro de Gamboa tomó después tierra inglesa en Dover para ponerse al servicio, como mercenarios, del rey Enrique VIII de Inglaterra. Con Gamboa como jefe fueron decisivos en la victoria contra los escoceses en Pinkie Cleug (1547), un desastre en la que estos sufrieron cerca de 15.000 y 20.000 prisioneros. De las islas pasaron de nuevo al continente, a los territorios ingleses al otro lado del canal combatiendo contra las tropas del rey Francisco I, el derrotado y prisionero en Pavía (1525)
Tuvo entonces lugar su famoso duelo, pues al ser retado Gamboa por un capitán español al servicio del francés, fue Romero, ya en su confianza, el que combatió en su nombre. La singular lucha alcanzó gran trascendencia y tuvo lugar en Fontainebleau, en presencia del rey francés y sus herederos, así como de los embajadores ingleses. Julián Romero resultó vencedor y el rey Enrique VIII le concedió por ello el título de sir. Poco más tarde sucedería también a Gamboa como Mariscal de Campo, pero no mucho después, la mayor parte de esas tropas dejaron el servicio a los ingleses y pasaron a Flandes donde procedieron a engrosar las filas de los Tercios del emperador Carlos V, donde se le reconoció el grado de capitán. Con él combatió en Lieja y después en la Picardía, donde cayó prisionero en Dinnat, al tomar los franceses la plaza. Prontamente liberado, acompañó, por su experiencia en las islas británicas al futuro Felipe II cuando casó con la reina María Tudor.
A la vuelta, y ya con Felipe II entronizado en España, partió a la guerra contra Francia alcanzando un protagonismo en la gran batalla de San Quintín (1557), donde se convirtió en artífice del triunfo al tomar al asalto al frente de sus tropas el famoso puente que decidió el combate. Su hazaña le costó una pierna, herida por una bala de mosquete, que hubo de serle amputada para salvar su vida. El Rey lo recompensó por ello otorgándole el hábito de la Orden de Santiago, que él anhelaba tanto por el prestigio y rango que otorgaba como por estar su sede en Uclés, en su Cuenca natal, que para él tenía un valor añadido. Pagó bien pronto el favor real, comandando sin importarle la pierna perdida su compañía en la nueva victoria de Gravelinas, que puso fin a la contienda al firmarse la paz de Chateu-Cambresis.
Servicio en Sicilia
Su siguiente destino fue el lugar donde comenzó su vida de soldado, en La Goleta, a la que llegó para reforzarla de los ataques piratas con tres compañías. Tras hacerlo, pidió al Rey permiso y regresó a visitar a sus parientes de Torrejoncillo, de donde había salido casi 30 años antes. Tras ello, pasó a Madrid pero poco duró su estancia en la Villa y Corte. Los turcos atacaban por todo el Mediterráneo y él hubo de sentar al frente de su compañía plaza como capitán en Siracusa, pero muerto el maestre Melchor de Robles fue nombrado en aquel año de 1565 como Maestre de Campo del Tercio de Sicilia con el que contribuiría a la defensa de la Malta, asediada, su liberación y derrota de los otomanos.
Al año siguiente ya estaba marchando con su Tercio a Flandes, donde combatió en Jemmingen, una victoria aplastante del Ejército español mandado por el duque de Alba, sobre las tropas mercenarias de Luis de Nassau. Tras ella, licenciado, retornó a España pero tres años después ya fue requerido de vuelta donde participaría en toda una serie de batallas ya bajo el mando de Luis de Requessens, gobernador de los Países Bajos, mentor de don Juan de Austria y uno de los responsables de la victoria de Lepanto. Así, Julián Romero, el de las Hazañas, como lo titularía el historiador y escritor conquense Jesús de las Heras, añadiría varias de ellas a su hoja de servicios aunque le costara el perder un ojo y un brazo que unir a la perdida de la pierna. El brazo se lo llevó un tiro de arcabuz en el asedio de Mons y el ojo en el de Haarlem lo que no le impidió el tomarla ni dirigir la famosa encamisada contra el campamento de Guillermo de Orange que desbarató sus tropas. En 1574, estuvo a punto de perecer ahogado pues al socorrer con bajeles a las tropas cercada en Middelburg perdió su nave y tuvo que llegar a nado a la orilla, aun estando lisiado pero cumplió su misión, lo mismo que lo hizo en la batalla de Mook y, aunque anunció al gobernador que renunciaba a su cargo, permaneció en su puesto hasta el final de la contienda acudiendo en socorro de las tropas cercadas en Amberes y su saqueo. Fue tan solo cuando ya se dio la orden a las tropas de abandonar los Países Bajos y retornar a Italia cuando el volvió con ellas.
Pero aquel mismo año, don Juan de Austria dio la orden de vuelta a Flandes. Y Julián Romero nombrado Maestre de Campo General emprendió el Camino Español al frente de los Tercios. Pero esta vez no llegaría a su destino. Un fulminante ataque de corazón lo derribó de su caballo y expiró entre sus hombres cuando estaba ya a punto de cumplir los 60 años. Había hecho vida de soldado durante más de 40 y en ella había perdido una pierna, un brazo, un ojo y lo que más le dolía, un hijo y tres hermanos.
Una amplia descendencia
Dejaba descendencia, de su esposa legítima, María Gaytán, una Francisca Romero, fundadora del convento de las Trinitarias descalzas de Madrid y que hizo todo lo que en su mano estuvo por enaltecer su figura, como el encargar un cuadro al Greco, el cuadro en honor de su padre Julián Romero y su santo patrono, hoy en el museo del Prado. También los tuvo fuera del matrimonio, dos varones, uno el que murió joven como soldado, tres años antes de su propio fallecimiento y otro llamado Pedro de Ibarrola y otra hija más, Juliana Romero, que, como no podía ser de otra manera, acabó casada con un capitán de los Tercios, Francisco del Arco Torralba.
Fue Julián Romero de pequeña estatura pero ni ella ni sus heridas y amputaciones le quitaron su gallardía. Fue también afamado incluso en su propio tiempo, pues nada menos que el gran Lope de Vega, con quien parece llegó a tener trato, compuso una comedia basada en su personaje al igual que hizo el francés, que también lo conoció, Pierre de Borudeille, señor de Brantome y el propio Montaigne lo mencionó en sus Ensayos, aunque no muy para bien, pues fue cuando al ir a parlamentar con los franceses que asediaban Dinnat estos aprovecharon para capturar la plaza y a él. En el siglo XVIII el dramaturgo José Cañizares escribió una obra sobre él donde quizás se propasó en el título, El guapo Julián Romero. Y hoy mismo, tanto el muy reconocido novelista Arturo Pérez Reverte como el gran pintor Augusto Ferrer Dalmau, ambos muy amigos, son quienes lo mientan y reflejan en sus obras. La vez, por ahora última, en el cuadro de la batalla de San Quintín, donde ocupa un lugar relevante. Pero donde más y mejor lo celebran, y doy fe de ello, es en Huélamo (Cuenca).