«Todas las recomendaciones cultas del urbanismo contemporáneo en su aproximación a conjuntos históricos han sido olvidadas en Toledo (...) Falta de recursos públicos, acumulación de desidias seculares y excesos de especulación han llevado a Toledo, Patrimonio de la Humanidad, según la Unesco, a una situación límite en su conservación». Este contundente diagnóstico sobre la ciudad -pronunciado el sábado 11 de junio de 1988 por el periodista y pintor Fernando de Giles- probablemente continúe siendo, más de treinta años después, el más alto grito de socorro en defensa del patrimonio toledano.
Millones de espectadores fueron conocedores entonces de la crítica situación de un casco histórico que muy poco mitigaba la reciente declaración de Ciudad Patrimonio de la Humanidad. El Consorcio no había sido creado todavía, ni se habían iniciado aún planes de restauración como Toledo a plena luz, impulsado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Bosques de antenas y tendidos eléctricos dominaban los tejados, centenares de vehículos aprovechaban hasta el último rincón del Corralillo de San Miguel y espacios monumentales como la capilla de San Blas de la Catedral -cuyo plan director de restauración no se presentaría hasta quince años después- permanecían cerrados y eran presa de las humedades.
A diferencia de Venecia, cuya difícil situación había motivado la respuesta internacional algún tiempo atrás, «Toledo no puede hundirse porque se asienta sobre la roca, pero sí se desmorona y la ciudad agoniza». Este era precisamente el título del reportaje, Toledo: la ciudad que agoniza, realizado en la cúspide profesional de Fernando de Giles -que llegó a ser jefe del área de Internacional de TVE- y emitido dentro de los míticos En Portada, cuya sintonía ya era entonces la pegadiza pista sonora compuesta por Vangelis para la película Blade Runner.
El reportaje denunciaba la precaria situación de muchos edificios del Casco.Giles ajustaba cuentas con la especulación y con la mala arquitectura, el turismo de baja calidad y la degradación de los alrededores. «Durante los últimos años, Toledo está siendo cercado por grandes construcciones que ahogan su estampa universal. Polideportivos de colores, arquitecturas tremendas como la de la Estación de Autobuses [desprovista aún de su actual envolvente], edificios particulares, garajes, viviendas, etc., han ido interponiéndose entre la estampa de la ciudad y el ojo ávido de contemplar del visitante que se acerca o del toledano que se distancia».
En unos momentos en los que la importancia del paisaje no había alcanzado todavía su significación actual, el reportero denunciaba la aparición de nuevas infraestructuras que «agreden con su proximidad la estampa de los viejos puentes de Alcántara y San Martín». Giles lamentaba también el estado de los rodaderos, «cubiertos de escombros y basuras acumulados durante siglos que la hierba primaveral a duras penas disimula», y para los cuales había demandado ya el arquitecto Adolfo García-Pablos la «necesidad urgente de un plan de remodelación y salvamento». Desgraciadamente, «ocho años después, la ruina, escombros y basuras siguen degradando el paisaje».
Fueron varios los arquitectos que participaron en el reportaje, entre ellos Fernando Chueca Goitia -por cuya obra Giles no sentía el mayor de los afectos- y Francisco Javier Sáenz de Oiza. Un discípulo de este último, Carlos Ferrán, destacaba la importancia de «conservar y dar calidad no solo a los centros, sino a los ensanches de estos», así como preservar «el entorno inmediato de paisaje natural, ríos, barrancos y otros espacios similares: hay que aprender también a conectarlos con las ciudades históricas».
La congestión automovilística era otro de los principales problemas del Casco. Sorprende contemplar la superficie del Corralillo de San Miguel -hoy convertida en una plaza con aparcamiento subterráneo, según proyecto del arquitecto José Antonio Rosado Artalejo- invadida de vehículos. «En Toledo, hombre y automóvil tienen que compartir cada metro de suelo, y muchas veces competir por él. El resultado es un continuo sobresalto para el ciudadano y un deterioro para la ciudad. El humo ensucia los muros. El ruido y las vibraciones atacan las estructuras monumentales y atacan a las joyas de arte que albergan sus museos».
Buen ejemplo de esta degradación, el mismo sobre el que advertían hace escasos años (2017) el bibliotecario Juan Sánchez Sánchez y la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, era «la joya mudéjar de Santiago del Arrabal». La posición de Giles era inamovible, por mucho que fuera consciente de que «los intentos de convertir el centro de la ciudad en peatonal han chocado siempre con la oposición del comercio»: «En los cascos monumentales e históricos de ciudades europeas modelo los automóviles están prohibidos». Mal menor «sería una serie de aparcamientos estratégicamente situados para favorecer la peatonalidad», solución que «habrá de afrontarla el municipio más tarde o más temprano, si quiere conservar Toledo en los siglos futuros como llegó a nuestros días desde los siglos sin motorizar».
La despoblación -1200 viviendas desocupadas según el censo de 1988 (el 15% del total, al que había que sumar un 10% más de viviendas en estado prácticamente ruinoso)- era otra de las principales amenazas, lo mismo que hoy. Especialmente acuciante era este asunto «en los barrios al sur de la ciudad, donde en los últimos 30 años se ha perdido el 30% de la población». Según el alcalde José Manuel Molina, la ciudad antigua experimentaba una pérdida de 300- 400 vecinos al año, lo cual, sumado al envejecimiento de la población, «en unos veinte o treinta años podría dejar prácticamente deshabitado nuestro Casco Histórico».
A finales de los ochenta, «a pesar de que la Constitución Española establece que los poderes públicos garantizan la conservación del patrimonio artístico, cultural e histórico de los pueblos de España, nada de lo legislado sirve para evitar el deterioro de las viviendas toledanas. No hay compensaciones fiscales para quienes quieran conservar o rehabilitar. La administración autonómica o estatal no tiene ningún órgano específico de ayuda efectiva y -paradójicamente- la iniciativa pública lo que ayuda, promueve y provoca es el traslado de las familias que habitan estos barrios a los ensanches colmenas del extrarradio».
También la especulación era «un elemento agresor del patrimonio de primera magnitud», añadía el reportaje. «Palacios enteros, casas típicas, viviendas modestas se abandonan y dejan deteriorar para, ya en ruinas, optar a un permiso de nueva construcción. El propietario de una vivienda deteriorada encuentra enormes trabas administrativas para rehabilitarla y prácticamente ningún crédito ventajoso para afrontar la obra». La paradoja, según Giles -en unos momentos en los que el Consorcio no había iniciado todavía su importante actuación en arquitectura doméstica y recuperación de elementos singulares (antiguos alfarjes, rejas, portadas, etc.)-, era un Casco donde interesaba solo salvaguardar los monumentos catalogados (43 en 1988), no las viviendas. Durante sus casi treinta minutos de duración, el reportaje mostraba descarnadamente paredes resquebrajadas, acumulación de cableado, restos deshechos de antiguos morteros de fachada... «En los muros -en palabras del propio Giles- los cables no respetan nada: cuelgan, se enroscan en escudos nobiliarios, atraviesan cruces, se enmarañan en las esquinas, salvan callejuelas (...) A vista de pájaro o desde la panorámica universal de la ciudad, Toledo se nos muestra esplendorosa y es muy difícil imaginar que ahí abajo existan imágenes como las que acabamos de ver».
El historiador y profesor Juan Sisinio López Garzón, entonces consejero de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, ponía el acento precisamente en la rehabilitación residencial, campo en el que el Gobierno regional había invertido ya más de 2500 millones de pesetas: «El concepto de restauración lo consideramos obsoleto y proponemos la rehabilitación integral del conjunto histórico de Toledo, puesto que en Toledo no solo hay monumentos históricos, sino también arquitectura doméstica, y en esa política de recuperación integral y de uso cotidiano y normal de una ciudad histórica se está trabajando».
El arquitecto Fernando Chueca defendía en el reportaje la identidad de los materiales históricos: «En Toledo nunca ha habido edificios de solo ladrillo, sino de ladrillo y mampostería, una combinación muy toledana y muy noble, propia de los edificios de gran calidad; pero los edificios normales, las casas modestas y sencillas, eran siempre revocadas». Desgraciadamente, a diferencia de la actual sensibilidad por revocos históricos -que tan magníficos ejemplos ha recuperado el Consorcio en la calle Santa Fe, Cadenas, Sillería y otras-, los criterios de otros arquitectos, encabezados por Manuel González Valcárcel, apostaban por la eliminación de revocos y, en definitiva, por «enladrillar la ciudad».
«La arquitectura que se está haciendo en Toledo supone otra agresión. Generalmente es mediocre y va en aumento -añadía la voz de Giles, sobre ejemplos como el complejo comercial y residencial de Reyes Católicos esquina a Victorio Macho, o toda la línea oriental de la plaza de Santa Isabel-, colocándonos ante la disyuntiva de si no sería mejor controlar la calidad arquitectónica, por muy moderna que sea, que la nota media de estilos híbridos que poco a poco van a dar al traste con el carácter en lo típico y lo pintoresco de la ciudad». Una de las «raras excepciones» de buena y moderna arquitectura mencionadas por el reportero era la Casa toledana construida en el barrio de la Judería por Manuel de las Casas, Primer premio de Arquitectura de Castilla-La Mancha (2006).
«Yo creo que las ciudades son organismos vivos, que están en constante mutación, transformación, crecimiento, evolución -expresaba también en el reportaje, ante la portada del palacio de Benacazón, el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, uno de los más importantes de España-. Y en ese orden no hay ciudades muertas, no hay ciudades históricamente consagradas (ni aun Toledo), de manera que todo lo que hace que la ciudad deje de seguir viviendo es convertirla en una momia. Lo que pasa es que hay ciudades en las que el peso de la historia es tan fuerte que, efectivamente, hay que ser muy cautos para ver en qué medida se actúa, de manera que ese pasado histórico, monumental, documental, etc., que la ciudad transporta, no se pierda».
Conflictiva era también en 1988 la conservación de la Catedral -«techumbres que se hundían, arbotantes a punto de demolición, humedades destructoras en techos y cimientos»-, cuyo claustro había sufrido cuatro años atrás «un método desgraciado de limpieza» mediante chorro de arena, algo que «estuvo a punto de destruir la belleza antigua de los relieves góticos». Accidente que, «sin embargo -por mucho que el Cabildo negase la entrada a las cámaras de TVE, interesadas en denunciar el «abandono secular de ciertos rincones del templo», comenzando por la capilla de San Blas-, sirvió para que los organismos públicos y la Iglesia se preocuparan con más detenimiento de lo que estaba mal en la Catedral».
La saturación turística era la última agresión patrimonial recogida por Fernando de Giles. «Hay quien pueda pensar que, a pesar de todo este deterioro de la Ciudad Imperial, Toledo recibe el turismo suficiente para sacar pingües beneficios y afrontar sus necesidades. Nada más incierto. El turismo en Toledo deja poco. No hay un organismo que coordine la explotación integral de Toledo como ciudad turística. Los cientos de autobuses que llegan cada día no pagan una sola peseta al municipio, y la masa de turistas viene en excursiones relámpago, generalmente combinadas con las visitas de Aranjuez y El Escorial, todo en un solo día».
Toledo: la ciudad que agoniza finalizaba con la aspiración de que la situación mejorase gracias a la acción en común de las administraciones y del nuevo escenario que suponía la creación de la joven Universidad de Castilla-La Mancha. Los nuevos colegios y residencias -planteaba el alcalde José Manuel Molina- darían «una vida adecuada al marco monumental de la ciudad», manteniendo «las viviendas habitadas y los grandes edificios útiles». Ahora bien -lamentaba Giles, en un momento en que Toledo disponía de su propio Patronato Universitario, ligado a la Universidad Complutense, y había voces a favor de la creación de una Universidad de Toledo, heredera específica de su centenaria tradición-, «la Universidad de Castilla-La Mancha ha sido desmembrada y repartidas sus facultades por las cinco provincias».
Otra opción sería, «como consuelo, de cuajar alguno de los planos rehabilitadores», que Toledo se convirtiera en escenario de trabajo para arquitectos y maestros de oficios -entre ellos, el herrero y forjador artístico Antonio Balmaseda, discípulo de Julio Pascual-, que también son en Toledo, por desgracia, gentes en vía de extinción (...) Pero de momento, todo esto está en hipótesis. Y Toledo ahí, agonizando durante siglos. Esperemos que, urgentemente, como ocurrió con Venecia, acudan a Toledo aquellos que nos la puedan salvar». Casualidad o no, algunos meses más tarde nació la Real Fundación de Toledo. Pero, como habría dicho Michael Ende, «esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión».
El reportaje Toledo: la ciudad que agoniza ha sido recientemente alojado por RTVE en su página web y se encuentra disponible permanentemente aquí.
[*] Adolfo de Mingo Lorente es doctor en Historia del Arte, periodista y profesor en la Escuela de Arquitectura de Castilla-La Mancha