Este reportaje está dedicado a Isidro Villacañas Solar, el último guarda de baño de la playa de Safont. Su recuerdo obliga a remontarse a la década de los sesenta, cuando las imágenes de bañistas y merenderos -los populares gangos- eran aún habituales durante las sofocantes tardes de agosto. Hijo de pescadores, Isidro contaba en 1970 con veintidós años de experiencia, muchos de ellos como «buzo-nadador» contratado por el Ayuntamiento. El 27 de julio de aquel año, cuando fue entrevistado en El Alcázar por un jovencísimo Mariano Calvo, era el último representante de aquel oficio, que anteriormente habían desempeñado también sus hermanos Crisanto y Julián. Cobraba tan solo el sueldo base de empleado municipal -«que para compensar el peligro que corremos es insignificante»-, así que no resultaba fácil ampliar una plantilla que en 1959 formaban hasta cinco «buzos-nadadores» y cuatro «guardas de río». Desgraciadamente, ya no habría tiempo para contratar a nadie más. La prohibición del 19 de junio de 1972 acabaría con el privilegio de aprovechar unas aguas cada vez más contaminadas e imposibles para el baño.
El 27 de julio de 1970 el futuro de Safont no estaba escrito todavía. Las cercanas obras de la «ciudad deportiva», ambiciosa denominación para referirse al complejo que finalmente quedaría reducido al estadio del Salto del Caballo, hacían soñar entonces a algunos con grandes infraestructuras para el ocio. Concretamente, una «moderna playa artificial» en un espacio que más que la denominación de «Safont» -el apellido de un especulador y expoliador de recuerdo nada grato para el Toledo de la primera mitad del siglo XIX- merecería la del corregidor Antonio María Navarro, cuyo recuerdo perdura gracias a la mina y los molinos vecinos.
A sus 52 años, Isidro Villacañas Solar conocía como nadie esta zona del río y sus peculiaridades. «Hay zonas que son especialmente peligrosas -apuntaba-, como la parte baja de Safont o la parte superior de Rey Wamba, en la otra orilla. A esto se une el principal peligro que supone la gran corriente que por esta zona lleva el río y que envuelve a los nadadores confiados».
Las horas en las que el baño estaba permitido -contando con el correspondiente socorrista, según la denominación actual- eran de 10,00 a 14,00 y de 17,00 a 21,00. Era fuera de esos márgenes cuando se producían la mayoría de los accidentes. Isidro Villacañas aseguraba salvar a un promedio de entre veinte y treinta y ocho bañistas por temporada, a veces con grave riesgo para su propia integridad. «Especialmente en dos casos en los que por forcejeos del ahogado quedamos ambos inconscientes, pudiendo llegar, aún no sé cómo, hasta la orilla». Una simple multiplicación permitió al periodista Mariano Calvo estimar hasta seiscientas salvamentos durante más de dos décadas de servicio. «Una vez me hablaron de que me concederían una medalla, pero en la actualidad no poseo ninguna», manifestaba el nadador.
«No creo que estos accidentes ocurran principalmente por calambres, cegueras, etc., como suelen decir los socorridos. Son debidos generalmente a la propia imprudencia del bañista, que por descuido o temerariamente se expone a los peligros. Mi obligación no se limita únicamente a auxiliar a las víctimas, sino que velo también por que los incautos no avancen por zonas peligrosas».
Finalmente, el reconocimiento por parte del Ayuntamiento al último guarda de Safont acabó produciéndose en 1991, aunque no por sus servicios en la playa fluvial, sino por los riegos que procuraba a árboles y plantas en los alrededores de su vivienda, en Carreras de San Sebastián, número 39. Muy cerca del río, también.