Álvaro tenía muy claro que cuando terminara su doble grado universitario de Derecho y ADE (DADE) quería salir al extranjero, hacer prácticas, trabajar en una gran multinacional, dominar el inglés y abrirse a un mundo que siempre le había atraído y que, hasta hace solo unos años, resultaba muy complejo por cuestiones burocráticas como de homologación de titulaciones.
Con un expediente brillante y unos meses de prácticas en una conocida firma auditora con implantación internacional, aceptó un puesto de financiero a la primera oportunidad que le surgió en las Islas Caimán para hacer una sustitución en un banco con el que su compañía matriz tenía una excelente relación mercantil.
Al principio pensó que al tratarse de un paraíso fiscal tendría que mantener mucha cautela por la información que iba a manejar de empresarios españoles que tienen depositados allí una gran parte de sus capitales. Sin embargo, todo fue mejor de lo que había previsto, aprendió mucho sobre finanzas, sociedades y legislación tributaria gracias a grandes profesionales con los que desempeñó sus funciones.
De allí, aceptó una oferta en Zurich, en un banco suizo, donde estuvo tres años, que era la duración del contrato que firmó, y luego se decidió por viajar a Nueva York a buscarse la vida en Wall Street y cumplir una de sus pasiones de trabajar como broker.
No tardó en quemarse, menos de dos años, pero ya no era el joven con un sueño de tener un trabajo en el extranjero. Ahora tenía experiencias, conocía las legislaciones, los mercados y el mundo financiero era para él una gran oportunidad para desarrollar una carrera sin límites.
Empezó con una startup de asesoramiento de valores bursátiles, materias primas, importaciones y exportaciones. Había tenido la oportunidad de conocer a prestigiosos corredores de Bolsa e, incluso, invitó a alguno a colaborar con él, especialmente en lo referente al mundo de las criptomonedas que no quería juntar con lo que era la base de su nuevo negocio.
El tiempo para él dejó de existir, el trabajo le absorbía los días y las noches y, en tan solo un año, ya tenía abiertas delegaciones en Nueva York, Londres, Francfort, Munich, Bruselas, Madrid, Abu Dabi, Tokio, Taiwán, Camberra y Moscú.
Desde el primer momento, contó con un equipo multidisplinar, de una gran pluralidad, nacionalidades y culturas diferentes y, sobre todo, con un aliado imprescindible: la tecnología, que le permitía trabajar 24 horas, siete días a la semana.
Desde la selección de personal, la formación y el trabajo diario lo hacía todo online con expertos que después de tres años pasaban a ser socios y cuyo salario dependía de los objetivos establecidos.
Especialización
Se consideraba un nómada digital que ofrecía sus servicios a las empresas que tenían sus negocios en los países donde él trabajaba, especialmente en temas de tasas e impuestos.
Las personas que conocen a Álvaro saben que es un caso de éxito, que ha sido gracias a años de duro trabajo, de relaciones internacionales, de mantener una red de colaboradores del más alto nivel con salarios de mercado en estas áreas que rondan más de 500.000 euros anuales, además, de fidelizarles haciéndoles socios de la firma.
Se trata de auténticos nómadas digitales con un gran talento, una formación constante y una seriedad que les ha permitido ganarse la confianza de las multinacionales más importantes del planeta.
Un caso que, quizás destaque por su éxito, pero como él hay miles en todo el mundo que teletrabajan y se buscan la vida en los cinco continentes con gran acierto y que se sienten profesionalmente muy satisfechos.