El oro de Guarrazar deslumbra a National Geographic

C.M
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El yacimiento arqueológico y la investigación científica desarrollada en el lugar ha captado el interés de la prestigiosa revista con la publicación del relato de quien mejor conoce lo que esconde Guarrazar

Juan Manuel Rojas Rodríguez-Malo rubrica el artículo que, sobre el ‘Tesoro Visigodo de Guarrazar. Las joyas de la corona visigoda’, aborda la historia de unos bienes que desde su existencia -en enero de 1859-, se han considerado los más importantes de la tardoantigüedad europea. Quizá por ello, y porque el relato posee todos los ingredientes de cualquier superventas que se precie, la revista Historia de National Geographic ha considerado relevante dedicar parte de su contenido a un yacimiento que, dirigido por el autor del relato, ha sido por él rescatado para transmitir a la sociedad los conocimientos sobre el patrimonio histórico-arqueológico y medioambiental del entorno en el que se halló, de manera fortuita en una calurosa tarde de finales de agosto de 1858, un conjunto de objetos de oro y piedras preciosas mezclados entre espesas capas de barro.

Desde entonces, y sobre el tesoro de joyas visigodas que habían permanecido ocultas durante casi 1.150 años, el artículo recoge los avatares sufridos por un hallazgo que ha generado cientos de publicaciones, estudios y conjeturas. Siguiendo la línea cronológica trazada desde el descubrimiento -primero por parte del matrimonio formado por Francisco Morales y María Pérez, y después por el agricultor Domingo de la Cruz, todos vecinos de Guadamur-, hasta los resultados científicos auspiciados por las últimas campañas de excavación, Juan Manuel Rojas desgrana los aspectos esenciales del viaje de un tesoro que se disgregó y se vendió a los mejores postores ante el supuesto desconocimiento de las autoridades nacionales.

Y aunque es indudable que el resplandor de estas piezas -coronas votivas de oro con engastes de perlas y gemas, además de una cruz procesional y otros objetos religiosos- encontradas junto a la fuente de Guarrazar es lo primero que deslumbra a la hora de contar la historia de las entrañas de este suelo, lo cierto es que lo apetecible está en lo que, todavía, queda por hallar.

El oro de Guadarrazar deslumbra a Historia National GeographEl oro de Guadarrazar deslumbra a Historia National GeographPorque es evidente que el conocimiento que esconde Guarrazar va a cambiar, y ya está cambiando, la historia de la Hispania visigoda. Esta aportación arqueológica se sustenta en el proyecto de investigación y divulgación que, dirigido por Juan Manuel Rojas, ha propiciado el descubrimiento de restos de edificios que dan a entender que, tal y como apuntó Pedro de Madrazo en el siglo XIX, en el paraje de Guarrazar existió un importante santuario. Así parecen corroborarlo las grandes basas de mármol y las cimentaciones con sillares de granito que configuran una planta de basílica de más de 450 metros cuadrados, o los muros de otro gran edificio de dos plantas cuyas características inducen a atribuirle una función de asilo u hospital de peregrinos (xenodochium).

Ambos edificios, además de un posible palacio-monasterio (con una planta de más de 1.800 metros cuadrados), se alzaron en su día sobre la colina que hay a unos ciento setenta metros al norte de la fuente junto a la que se encontró el tesoro.

Las investigaciones en este lugar están descubriendo que el manantial surge de entre los restos de un edificio rectangular, cuyo interior está repleto de parejas de fosas rectangulares, excavadas en la roca, en las que mana continuamente el agua. Su morfología, a modo de sarcófagos, presenta una gran similitud con el ritual de baño que se practica en el santuario mariano de Lourdes, donde a los peregrinos se les hace una inmersión en decúbito supino durante unos segundos, lo suficiente para que, como creyente, emerja con un sentimiento de renacimiento espiritual.

El oro de Guadarrazar deslumbra a Historia National GeographEl oro de Guadarrazar deslumbra a Historia National GeographTodos estos hallazgos, junto con el de la necrópolis y la capilla funeraria del presbítero Crispinus, apuntan a que en este paraje habría existido un importante santuario directamente relacionado con la realeza visigoda. Y es ahora cuando adquiere verdadero sentido el hecho de que todo el tesoro perteneciera a la basílica que se está descubriendo y que, según la inscripción de una de las cruces, estaría bajo la advocación a Santa María. Entonces a ese lugar se le llamaba Sorbaces, aunque en la Baja Edad Media adquiriera el nombre de Guarrazar.

 

Isabel II y Napoleón III

José Navarro, conocido como ‘el diamantista’, llegó a recomponer ocho coronas que vendió al Gobierno de Francia. Cuando llegó la noticia a España se produjo un gran escándalo e indignación por haber dejado salir un tesoro de tal entidad, puesto que entre las coronas votivas se encontraba una ofrecida como exvoto por el rey visigodo Recesvinto. Aunque, en enero de 1859, Navarro ya había depositado las piezas en el Museo del Louvre, la venta no se terminó de hacer efectiva hasta varios meses después. Entre tanto se estuvieron produciendo todo tipo de contactos diplomáticos entre los gobiernos de los dos países, con intervenciones de ministros e incluso, en segundo plano, de la reina Isabel II y del emperador Napoleón III.

Ninguna de las reclamaciones de devolución realizadas durante el siglo XIX dio sus frutos. Fue en 1941, con la Francia ocupada por el ejército alemán, cuando se forzó un intercambio de obras de arte entre el gobierno francés y el español. En el lote venían las seis coronas que se exponen ahora en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, además de la Dama de Elche y otras obras de arte.

 

La azarosa historia del tesoro

El mayor número de piezas se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, en el que, junto a la corona de Recesvinto, se exponen otras cinco y dos brazos de una cruz procesional. En el Museo Nacional de la Edad Media, en París, se conservan expuestas tres coronas con dos cruces, junto con varios trozos de cadenas y otros colgantes sueltos. En el Palacio Real de Madrid tan sólo se conserva una pequeña corona de chapa repujada y una cruz, pertenecientes al segundo lote que se descubrió, pues la corona del rey Suintila y otra media corona fueron robadas de la Real Armería en 1921.

Sobre las ventas del tesoro, Domingo de la Cruz escondió el tesoro en su casa y dejó que pasara un cierto tiempo hasta que comenzó a venderlo por piezas. Durante más de dos años se dedicó a recorrer las platerías de Toledo para irse deshaciendo, poco a poco, del tesoro. Cuando, en la primavera de 1861, Domingo decide ofrecer a la reina Isabel II lo que le quedaba del tesoro, ya sólo constaba de dos coronas votivas casi completas, una de ellas ofrecida por el rey Suintila, junto a varios restos de otras coronas. Por todo ello, el Gobierno le recompensó con cuarenta mil reales y una pensión vitalicia de cuatro mil reales anuales.

Al contrario que Domingo de la Cruz, la familia Morales comenzó la venta a los pocos días de su hallazgo, también a los plateros de Toledo y desguazando las piezas originales. Sin embargo, ante la duda de si podrían obtener un mayor valor, contactaron con un oficial del Colegio de Infantería de Toledo, Adolfo Hérouart, de origen francés y aficionado a las antigüedades, quien contactó, a su vez, con un prestigioso orfebre José Navarro, que no sólo tomaría la decisión de comprar lo que les quedaba a los Morales, sino que también recorrería las platerías recomprando lo que aún no habían fundido.