Es uno de los espacios más abandonados de la ciudad a pesar de que los restos conservados de lo que fue el Circo romano de Toledo fueron declarados, gracias a los numerosos estudios arqueológicos, Monumento Artístico-Arquitectónico en 1920. Desde entonces, han permanecido en absoluto olvido, salvando temporales intervenciones, para las administraciones implicadas en garantizar la permanencia de un espacio único catalogado como el mejor conservado de la Península.
Ante este panorama -desolador y ciertamente desesperante-, queda la esperanza visionada en los comentarios publicados en las distintas plataformas turísticas de que estas «ruinas», «restos» o «huellas romanas» captan la atención de quienes no pueden entender cómo este imponente espacio -«imprescindible, gratis y al aire libre»- ni está adecuado ni, como mínimo, está integrado en las consabidas rutas turísticas tan de moda en el Casco.
La zona se ha convertido, junto a Vega Baja, en una lamentable cicatriz que, a los pies de la roca, se sigue contemplando ajena a una gestión que sólo mira al Casco pese a los intentos por retornar este importante patrimonio en torno a un proyecto centrado en la conservación y efectiva custodia. A modo de entrante para el deseado futuro del lugar, y como tantas veces se ha reclamado, denunciado y exigido, no se entiende que este bien no cuente con un sistema de vigilancia que conllevaría un cerramiento adecuado para el parque arqueológico. Porque el fin debiera ser el de consolidar alrededor del Circo una dinámica de gestión cultural que, además de posibilitar las visitas, propiciara su máxima protección.
Con el fin de ejercitar la memoria, sólo recordar que el último proyecto llamado de ‘Acondicionamiento del entorno y puesta en valor del Circo’ se centró sobre todo en la creación de una zona de estacionamiento regulada. Este proyecto, realizado en parte por contar con la aportación del 1% cultural por parte del Ministerio, consistieron en la recuperación de la nueva traza del Circo, la urbanización con adoquinado y mejoras en el abastecimiento de agua y riego.
Esto es, lo que podía haber sido la punta de lanza de un proyecto integral de recuperación del espacio acabó convirtiéndose en una intervención urbanística. Eso sí, ‘maquillada’ en lo que se anunció como la consecución de una mayor zona abierta del Circo para exponer a los ciudadanos y al público en general los restos del lugar. Todo ello, claro está, acompañado de una recuperación parcial y selectiva del monumento.
Lo cierto es que la imagen evidencia que la intervención que buscaba recuperar casi la mitad de la superficie total del monumento, no sirvió para dignificar un espacio que ni siquiera se integra en las habituales rutas turísticas. Y es que para que los yacimientos ubicados fuera de los muros de la ciudad no tienen la misma importancia que los residentes en el Casco.
Ello a pesar de que desde el Ayuntamiento se anunció que la última actuación iba a permitir sentar las bases para posteriores intervenciones tendentes a su recuperación completa. Hay que recordar que esta no fue la primera actuación de esta naturaleza, porque ya sentó las bases anteriormente el proyecto que se llevó a cabo entre los años 1997 y 2000 a través del Plan Operativo de Medio ambiente Local que puso en marcha el Ayuntamiento con financiación propia y del Estado. Inversiones de cerca de ochenta millones de las antiguas pesetas (unos 480.000 euros) que condujeron a iniciar las labores de recuperación del Circo, pero se circunscribió únicamente a una tercera parte de la superficie.
responsabilidad compartida. Puesto que las responsabilidades son compartidas según se desprende de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español -«Gozarán de singular protección y tutela los bienes integrantes del Patrimonio Histórico Español declarados de interés cultural por ministerio de esta Ley o mediante Real Decreto de forma individualizada»-, sólo recordar que estos bienes -BIC- poseen el grado máximo de protección, por lo que las administraciones competentes adoptarán las medidas oportunas para evitar su deterioro, pérdida o destrucción.
Es decir, desde el propietario del bien caído en desgracia -Ayuntamiento-, hasta el Ministerio de Cultura, pasando por la Administración regional, todos son responsables de la falta de iniciativa que sobre conservación y mantenimiento pesa en un espacio que llena la boca de muchos pero que, al final, está tan olvidado que ni siquiera merece la mirada distraída de los que deberían garantizar su dignidad. No es una reivindicación nueva, más bien es una de las asignaturas pendientes de una ciudad que se vanagloria de su patrimonio pero que serpentea cuando las intervenciones pueden ocasionar daños colaterales.