El espectáculo que ayer ofreció el Teatro de Rojas, totalmente abarrotado hasta las filas de paraíso, como en sus mejores ocasiones, podría haberse estrenado perfectamente hace cincuenta años. Solamente habría habido que sustituir los trajes de los actores por hechuras más antiguas y la palabra «follar», recurrentemente utilizada como parte de la estrategia de los personajes, por algún pacato sinónimo temeroso de censura. Por lo demás, Carlos Hipólito y Luis Merlo aparte -habría que sustituirlos por Rafael Alonso y Alberto Closas para completar este paralelismo-, ‘El Crédito’ estaría situado a la altura de los más inteligentes textos teatrales de mediados del siglo XX. Podría parecer exagerado remontar tan atrás al autor de 'El método Grönholm', una obra que solemos envolver de descarnada sofisticación actual, pero es que, en este caso, Jordi Galcerán (Barcelona, 1964) se aproxima a lo más brillante de Neville y de Jardiel, éxitos incluidos.
‘El Crédito’, escrita en 2013 y ya traducida a varios idiomas, ofrece un dúo interpretativo en el que dos insignificantes individuos (uno es consciente, mientras que el otro no lo es tanto) van descubriendo poco a poco sus cartas en la oficina de una sucursal bancaria. Referencias aparte al neoliberalismo o al escrache como mecanismo de presión ante los poderosos, sería imposible no imaginar a un López Vázquez o a un Juanjo Menéndez en el papel de quien acude al banco y recibe la callada por respuesta (aunque probablemente ninguno de ambos hubiera jugado la baza de amenazar al banquero con follarse a su mujer). Más que la callada, peor: expresiones acuñadas en la neolengua financiera, como aquella tan manida de que «el crédito no fluye». Justo enfrente, Carlos Hipólito -que dejó hace mucho tiempo atrás los roles vulnerables- representa a un personaje que probablemente sea aún más español: el don nadie que, creyendo tener agallas, termina sometido por sus propios miedos y complejos. ¿Con cuál se sentiría identificado usted...?
Carlos Hipólito sigue haciendo gala de una sólida trayectoria teatral, refrendada por un abultado número de galardones (varios de ellos por su papel en 'El método Grönholm'). Ojalá su amistad con el cineasta José Luis Garci no le hubiera llevado a participar en algunas de las producciones cinematográficas más soporíferas de la última década. Con respecto a Merlo, miembro de una sólida estirpe teatral, demostró una vez más que hizo su debut sobre las tablas antes de volverse un rostro popular a través de la televisión. Ambos fueron cómplices con el público, dirigidos por Gerardo Vera en una versión tan ágil como merecedora de nuevas representaciones. Público habría habido de sobra, puesto que ambos son viejos conocidos del Rojas desde hace mucho tiempo. Por si los aplausos que ayer recibieron no fueran suficientes, ahí queda uno de los mejores aforos registrados por el teatro durante la temporada.