Nicolás Redondo Urbieta

Antonio Pérez Henares
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Lucha, honradez y generosidad

El veterano sindicalista recibió en 2010 la Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo - Foto: EFE

Conocí a Nicolás Redondo en sus últimos años como secretario general de UGT. Yo había sido, desde muy joven, militante  de CCOO y del PCE y  él lo sabía muy bien cuando nos presentó un amigo común, otro veterano de la dirección del sindicato socialista. Fue un honor y un privilegio  el poder compartir con él algo más que ruedas de prensa y entrevistas. Yo había dejado ya atrás mi época de Mundo Obrero y estaba ya en la prensa privada. Había logrado abrirme cierto hueco en los semanarios de información general, habiendo pasado por Tiempo, El Globo y habiendo recalado ya en Tribuna de Actualidad. Logré establecer con él un grado de confianza y hasta de cierta amistad. Nos caímos bien desde el primer momento. Algo tuvo que ver el hecho de que yo de niño, y hasta mi adolescencia, hubiera sido un hijo de emigrantes en la provincia de Vizcaya, en Durango, y ser él del vecino Baracaldo. Su carácter abierto y franco y el ir al grano y sin medias verdades me gustó también mucho a mí.

 En no pocas ocasiones he comentado y afirmado que el PSOE fue, a pesar de las medallas que ahora se quieran poner, el gran ausente en los dos últimos decenios de la lucha antifranquista. Su dirección permanecía a resguardo en el exilio y en el interior carecía, casi por completo, de organización ni actividad. Son contadísimos los militantes socialistas que sufrieron cárcel o detenciones en aquellos años. Pero siempre he hecho, porque es de justicia hacerla, una notable excepción. Y me refiero  precisamente a él y todos aquellos compañeros suyos que mantuvieron con sacrificio, prisión y destierro, la lucha en la izquierda de la ría del Nervión. Lo expreso aquí también, ahora, porque ellos fueron casi los únicos en mantener en pie el partido en el interior.  

  Nicolás  había nacido en el año de 1927. El nombre, las ideas y la honradez las heredó de su padre, uno de los primeros concejales socialistas de la historia de España. Fue condenado a muerte después de la Guerra Civil, por fortuna conmutada por cárcel,  como de él lo ha hecho su hijo, del mismo nombre también, Nicolás Redondo Terreros, que fue máximo dirigente, y de eso no hace tanto, del PSE actual y del que ha acabado expulsado por la actual dirección sanchista.

  El que iba a ser luego líder nacional de UGT y su emblema durante  los últimos años del franquismo y a principios de la Democracia, ya estaba afiliado al sindicato y dando guerra en la clandestinidad antes de cumplir los 20 años, en 1945. No tardó en ser detenido, algo que le iría sucediendo a lo largo de los años hasta acabar por ser desterrado en 1967 con Ramón Rubial y Eduardo López Albizu (padre este de Patxi López, de que quien prefiero no decir nada para no hacer odiosas comparaciones) a las Hurdes extremeñas.

 En 1972 ya estaba Nico en la dirección del PSOE en el interior, que se enfrentaba a la inacción de los dirigentes exiliados, y en 1974 dio prueba de su visión de futuro y su gran generosidad, pues fue a él a quien le fue ofrecido el liderazgo del partido en el famoso Congreso de Suresnes (Francia). Declinó la oferta, argumentó no ser el indicado y señaló a quien luego iba a hacer la gran refundación y convertir al PSOE en la formación hegemónica en España y al elegido, Felipe González,  en el presidente de la nación durante nada menos que 13 largos años, desde 1982 a 1996.

 Él, por su lado,  fue elegido secretario general de UGT en la Asamblea de 1976, aunque de facto venia ejerciendo tal cargo desde el año 1971 y lo manutuvo hasta 1994, cuando se retiró y dejó su actividad política y sindical. Quedó al cargo de la Unión General de Trabajadores, ya una poderosísima fuerza, Cándido Méndez, de quien tengo constancia que siempre ha demostrado una profunda admiración por su predecesor.

 Redondo, a pesar de las lógicas divergencias con el otro gran sindicato, CCOO, de inicio vinculado al PCE, de inspiración comunista y de incluso una mayor implantación, supo pactar con su homónimo Marcelino Camacho y su sucesor, Antonio Gutiérrez, la unidad de acción como mejor instrumento  para la lucha sindical.

 En las primeras elecciones generales democráticas de 1977 fue elegido diputado por Vizcaya, acta que conservaría en los siguiente comicios de 1979, 1982 y 1986. Fue al año siguiente de esta cita electoral cuando sus convicciones chocaron de frente con la política que el Gobierno de su partido estaba llevando a cabo, especialmente contra la reconversión industrial y el ministro Carlos Solchaga, a quien acusó de ir «contra los derechos de los trabajadores» . Fue entonces cuando puso por delante sus principios pero con total lealtad. Se negó a votar a favor los Presupuestos Generales del Estado pero abandonó su escaño en el Parlamento. El 14 de diciembre de 1988 convocó, junto a Comisiones Obreras, la famosa Huelga General que ha pasado a la historia de nuestro país como la que en verdad sí fue general y consiguió paralizar por completo a la nación. No sería la última movilización, pues le sucedieron otras dos, en 1992 y en 1994, tras la cual y en aquel mismo año decidió dejar la dirección del sindicato. Y lo hizo retirándose de verdad, sin pretensiones de tutela ni menos aún de enredar.

  Lo recuerdo de aquellos tiempos finales de los 80 y principios de los 90. Conservo en la memoria algún buen rato pasado con él y sus amigos cercanos, echando unos vasos de vino en una taberna, y me quedo con su hablar sincero, su fuerza y la convicción que sus palabras trasmitían. Luego dejé de verlo, pero seguí de vez en cuando mandándole mis saludos a través de su hijo.

 Cuando falleció en Madrid, a los 95 años, el 4 de enero de 2023, lo sentí de verdad. Creo que no hace falta decir por qué.