Editorial

La cultura no puede limitarse a los gustos de un ministro y sus adláteres

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Tampoco las ayudas sociales, el respeto a las mayorías y las minorías, el ámbito del conocimiento, el recorrido de la historia, la libertad de expresión y de información o las dotaciones y competencias institucionales. Ningún ministro debe permitirse el lujo, erróneo desde todo punto de vista, de limitar lo que tiene entre manos a sus propios gustos y fobias o a los de sus adláteres. Ni hay base legal para ello ni sostén ético o moral. En el caso de Ernest Urtasun, la evidencia y la lógica tendrían que haberse impuesto al capricho o a la preferencia, esa evidencia no es otra que la de que la cultura es un concepto muchísimo más amplio que los autores, directores, espectáculos o museos que se plegan a su idea de corrección política, por no decir a su estrechez de miras. Hay vida más allá de lo que le es afín o refuerza sus creencias.

La Tauromaquia, que ayer tuvo su día, es cultura también, mal que le pese. Porque es parte esencial de la idiosincrasia española, porque va unida indisolublemente a las fiestas y tradiciones populares, porque ha sido tema de cientos de obras en todas las artes, desde la pintura a la poesía, pasando por la escultura, la arquitectura, la música o la fotografía, porque ha conformado las tramas urbanas de numerosas poblaciones, ha generado oficios específicos, ha gozado del favor de propios y extraños, ha mantenido -y mantiene- viva una especie animal noble y hermosa, que de otro modo se extinguiría; porque es, en buena medida, seña de identidad, foco de vocabulario y hasta corriente estética y porque hace muchos años ya que se convirtió en recurso turístico. Y, por si no le bastaran estas razones, no debe olvidar que la libertad es patrimonio personal y social y que, mientras el ejercicio de la misma no incurra en delito o infracción o menoscabe la de otro, es sagrada y ha ser defendida por encima de todo desde las más altas instituciones. A quien no le gusten las corridas, los encierros y demás festejos, que no los vea. A quien sí, que lo haga.

No es extraño que varias comunidades autónomas le hayan salido de inmediato al paso para restablecer el Premio Nacional de Tauromaquia que ha decidido eliminar, o que ahora el Partido Popular anuncie su intención de impulsar la recuperación del mismo en el Senado, donde tiene mayoría absoluta. Y no vale alegar que el objetivo es acabar con el sufrimiento del toro porque, en ese caso, tendría que fijarse en los cientos de tradiciones en las que el caballo es protagonista -pruebas de velocidad, romerías, espectáculos de 'bailes' y saltos-, en las carreras de galgos o en las rapaces exhibidas de feria en feria medieval. Todos son criados y cuidados al máximo, como la res brava. Hasta Sánchez, que reconoce que no le gustan los toros, descarta prohibirlos.