Tras la introducción y explicación de la metodología, en este primer capítulo se desarrolla la configuración del teatro de operaciones que acabará teniendo al Alcázar como protagonista. Rafael Barroso, Jesús Carrobles, Jorge Morín, José Luis Isabel, José Ramos y Luis A. Ruiz Casero son los responsables de esta parte de la investigación, que comienza con la respuesta a la sublevación del único jefe militar de Toledo, el coronel Moscardó -el coronel Abeilhe, director de la Academia de Infantería, se encontraba en Madrid por ser verano y haber finalizado las clases-, y con un balance de sus efectivos: «En total, Moscardó pudo reunir cerca de 1.300 hombres, entre cadetes y otros oficiales, suboficiales y personal de tropa presentes en la plaza (cerca del medio millar), fuerzas de la Guardia Civil (700 hombres aproximadamente) y Asalto (unos 25 hombres), a los que hay que añadir un centenar de voluntarios civiles reclutados entre las fuerzas de derecha y la Falange. En cuanto al armamento, estas tropas disponían de un buen arsenal de fusiles, mosquetones y ametralladoras, siendo sin embargo muy escasas las piezas de artillería y, sobre todo, la munición, uno de los principales problemas con los que habría de luchar y que, finalmente, pudo solucionar gracias a que pudo hacerse con el control de la Fábrica de Armas».
A continuación se recoge la intentona republicana por hacerse con ella, bajo las órdenes del general José Riquelme, y el doble dispositivo defensivo establecido por Moscardó para controlar la ciudad y sus accesos, el cual tuvo su bautismo de fuego a la altura del Hospital Tavera. La primera parte del capítulo concluye con el repliegue de los sublevados contra la República hacia la fortaleza.
Un segundo epígrafe relata cómo se produjo el paso del Estrecho por parte de las fuerzas franquistas y la fulminante marcha hacia Madrid por Extremadura y el corredor del Tajo, con especial protagonismo para la toma de Badajoz. Superado el dispositivo establecido por el capitán Uribarri en la sierra de Guadalupe, las tropas sublevadas llegaron hasta Talavera. En ese momento se produjo una cierta reorganización republicana: el general Asensio Torrado precisó un sistema de fortificación escalonado entre Santa Olalla, Maqueda y Escalona, bajo la dirección del general Masquelet, que frenó el vertiginoso avance inicial.
La caída de Maqueda y de Torrijos (21 y 22 de septiembre) permitió avanzar hacia el río Guadarrama. La ofensiva por Toledo se desarrolló en varios frentes, con la participación de unidades comandadas por Varela, Barrón y el comandante Mizzian. El capítulo narra la acometida de los legionarios el 27 de septiembre y el desbaratamiento de la defensa republicana, incluidos episodios como la última tentativa de vencer la resistencia del Alcázar mediante una bomba de gasolina y el incendio del Seminario por parte de un grupo de milicianos aislados entre las ruinas.
«La liberación del Alcázar después de más de dos meses de asedio fue un suceso que conmocionó a la opinión pública mundial y que lógicamente encontró amplio eco en la prensa internacional. Es innegable que, en lo estrictamente militar, la toma de Toledo no fue un hecho de armas destacado -al menos, no mayor que el resto de la campaña del Tajo-, pero sus connotaciones propagandísticas y de imagen supusieron un importante éxito para la causa de los sublevados». Por otra parte, «dentro del bando nacional la conquista de Toledo supuso, además, un impulso a la figura del general Franco, quien saldría fortalecido dentro del directorio militar que lidero la sublevación».