Se puede decir más alto pero no más claro. El portavoz del grupo socialista en el Parlamento andaluz, Francisco Álvarez de la Chica, acusó el pasado martes al PP-A de «intentar presionar» a la jueza que instruye el caso de las irregularidades en los ERE, Mercedes Alaya, «a la que, de manera descarada, tratan de convertir en su escaño 55, el que les dé la mayoría absoluta» que no lograron en las pasadas elecciones autonómicas. Este dardo envenenado no solo iba dirigido al partido conservador sino, sobre todo, a la magistrada, que es el azote del PSOE de la comunidad sureña, y más concretamente de su líder, José Antonio Griñán.
Cualquiera diría que tan mediática jurista buscara la fama al igual que colegas suyos como Garzón, que hasta se metió en política, o Gómez Bermúdez, cuya mujer escribió un libro sobre la causa del 11-M y se peleó durante semanas con Ruz por investigar a Bárcenas. Pero nada más lejos de la realidad, pues llega a los juzgados con su trolley a punto de reventar, la mirada perdida y el gesto serio. Lo único que le puede unir al primer togado es que ya se habla en este turbio asunto laboral de la X para el presidente de la Junta de la misma manera que, por momentos, pareció colocársela a Felipe González por los GAL.
Hace algunos meses, el nombre de Mercedes Alaya no resultaba apenas mediático. Llevaba desde 1998 al frente del juzgado de instrucción número 6 de Sevilla, pero su trayectoria no le había hecho saltar a los grandes titulares más que en contadas ocasiones, hasta que los ERE fraudulentos han ido convirtiéndola en una figura cada vez más mediática. Tiene sobre la mesa -del trabajo y de casa- esta investigación, y ya se ha hecho con más de 150.000 folios en referencia a las prejubilaciones irregulares; pero también está encargada de dilucidar el corrupto entramado del caso Mercasevilla, empresa en la que trabajó como auditor en 2002 su marido, Jorge Castro, que fue despedido por negligencia. Dicen que ahí empezó todo...
REAL BETIS. Pero el caso que verdaderamente la catapultó a la fama fue la gestión del Real Betis. Su investigación sobre la labor de Manuel Ruiz de Lopera le hizo ganarse la consideración de muchos béticos, que vieron con buenos ojos el auto que supuso el fin de la presidencia del polémico empresario.
Alaya, de 49 años, número 16 de su promoción, casada y con cuatro hijos, lleva la mayor parte de su vida ejerciendo la judicatura desde diversos destinos distintos. Nada más ingresar en la carrera en 1988, estuvo en un juzgado de instrucción en Carmona, donde permaneció un año. Después, pasó a Fuengirola otros dos, para acabar haciéndose cargo del juzgado de Primera Instancia número 20 de Sevilla, hasta 1998. Y hasta juzgado de instrucción número 6 de la capital hispalense.
De sus dos décadas de ejercicio profesional, sus compañeros destacan, por encima de todo, su profesionalidad y rigor. Poco dada a confraternizar con otros magistrados -no se toma cafés con ellos y a los que ha tenido de vecinos se limitaba a saludarlos-, se mantiene distante en los encuentros sociales de los Juzgados, idéntica tendencia que exhibe con la prensa. Pasa rauda y veloz cada mañana frente a la puerta.
DE SÁNDWICH. Sus compañeros aseguran que apenas para a comer, y que suele almorzar en el despacho un sándwich, prolongando su trabajo más horas de las que debería, de hecho, estuvo más de 24 seguidas de interrogatorios el pasado lunes. Al finalizar la jornada, coge un taxi y regresa a casa.
Dura, puntillosa y muy reservada, Alaya no se ha dejado intimidar por las continuas presiones de quienes investiga, no solo del PSOE y de medios afines, sino también del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que le reprocha su lentitud y que le ha ofrecido ayuda de compañeros. Como los que, durante los seis meses que estuvo de baja por una grave dolencia -neuralgia o enfermedad del suicidio por los brutales dolores de cabeza-, no avanzaron casi nada.
Con un club de 6.000 fans en Facebook, comentan que es «un poco diva» porque no saluda por los pasillos. Quizás sea porque con solo cepillarse los dientes o maquillarse, la sien le estalla como un latigazo. Como los que está dando.