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foto: La Tribuna
Mantuvo una estrecha relación con el poeta Agustín García Calvo, recientemente fallecido. ¿Qué podría contarnos de su personalidad y por qué sumar sus poemas a los de Léo Ferré y Chicho Sánchez Ferlosio en este espectáculo?
Agustín García Calvo fue uno de los raros hombres libres que he tenido la suerte de conocer. Un pensador infatigable que no ha dejado nunca de luchar contra toda forma de engaño y dominación. Cabezas como la suya, hay muy pocas cada mucho tiempo. Más rara aún fue su conducta: indiferente a todo honor y toda gloria, viviendo de espaldas a todas esas vanidades que a los demás nos pierden. El programa del recital ‘3 Libertarios’ lo estrené hace más de un año, y a Chicho y a Agustín los he cantado desde hace mucho tiempo. La tercera persona de esa trinidad de la desobediencia es Léo Ferré, la estrella más rebelde del firmamento de la chanson y al que también dediqué un disco, ‘Vida de Artista’. Un triángulo, en fin, vinculado por la amistad y el fervor desde los años de la utopía y el exilio, París, el Barrio Latino y las aguas verdes del Sena, las madrugadas y el soliloquio de la sonrisa contra toda forma de poder que niegue la libertad. Así es la vida que merece ser vivida, así las palabras que merecen ser cantadas.
La cantante María Lavalle dijo recientemente en el Teatro de Rojas que la obra de otro de sus grandes hitos franceses, Georges Brassens, estaba hoy más vigente que nunca en las movilizaciones del 15-M. Suponemos que estará de acuerdo...
Brassens fue un poeta y los poetas no mueren. Traspasan el tiempo y se instalan en un perenne presente, porque la poesía es semilla más que fruto. Él fue un juglar tierno y mordaz, irreverente y bondadoso, lúcido. Y es verdad que sus canciones siguen tan vigentes ahora como entonces. Probablemente cante mañana por la tarde una canción nueva inspirada en el estribillo de una suya que le oí cuando fui su ‘telonero’ allí en París. Más aún: la última película de Basilio Martín Patino, un documental sobre el 15-M, lleva como título y banda sonora la canción ‘Libre te quiero’.
¿Cree que la canción se preocupa hoy día por cambiar el mundo? ¿Era eso a lo que aspiraban hace cuarenta años? ¿Es nuestro mundo tan diferente al de finales de la Dictadura o no todas las cosas han cambiado?
Ojalá se pudiera cambiar el mundo con una canción. O con una película, o con un libro. Que cada uno haga lo que pueda, lo que le corresponda. Y que lo haga bien. ¿Sabe que una pintada del famoso Mayo del 68 decía ‘Seamos realistas, pidamos lo imposible’? Yo prefiero esta otra: ‘Seamos utópicos, hagamos lo posible’. El mundo en el fondo cambia menos de lo que parece. Y en cualquier caso sobran motivos para indignarse, entonces y ahora.
Para lo que parece que no hay mucho espacio dentro de la música española actual es para recordar a las grandes figuras de nuestra literatura. Usted, sin embargo, además de mantener vivo el legado de Rosalía, Lorca, etc., volvió la mirada hace poco hacia Jorge Manrique.
La poesía es para mí como el barro para el alfarero con que modela su copa. Yo invento la melodía que convierte la poesía en canción, la poesía que me conmueve, que me enamora. Y eso lo aprendí del maestro Paco Ibáñez. Jorge Manrique es otro ejemplo de poeta vigente, aunque muriera tan joven hace tanto tiempo.
A propósito de esto último, ¿qué tal se trabaja con José Luis Gómez? ¿Han cambiado mucho las cosas en la puesta en escena, preparación, ejecución, etc., de este tipo de espectáculos desde hace cuarenta años, o la clave es tan ‘sencilla’ como sentimiento, voz y una guitarra?
Los conciertos de las Coplas de Jorge Manrique en el Teatro de La Abadía se concibieron como el ceremonial de un réquiem. La composición musical abarca las cuarenta Coplas más dos póstumas y es algo distinto a una sucesión de canciones. El discurso musical sigue el curso del poema como un río, con una dimensión coral notable. Fue un verdadero placer trabajar con todo el equipo de La Abadía. Ahora bien, como usted bien señala, la clave de una canción es su letra y melodía. Sin más. Ni menos. Como en el canto popular. Y algo tan sencillo como una voz y una guitarra basta. Se resume en mester y misterio de juglaría.
¿Cómo han evolucionado sus referentes en el terreno literario? ¿Podría destacarnos algún poeta actual que llame especialmente su atención?
Pues los referentes literarios, como usted dice, se han ido concertando aleatoriamente, dando saltos sobre el calendario, pasando de los más contemporáneos a los trovadores medievales, de los místicos a los románticos o libertarios. Me es indiferente que un poema haya sido escrito en el siglo XIII que antes de ayer. El caso es que te conmueva. Y en ese sentido, tan fresca es una ‘cantiga de amigo’ como una canción de García Calvo, tan emotivo el ‘Romance del prisionero’ como la ‘Antífona del otoño’ de Juan Carlos Mestre.
No hará falta explicar a nadie la fuerza y musicalidad de la obra de García Lorca, pero es posible que a muchas personas les sorprenda su interés por la música medieval. ¿Por qué motivo se interesó por Juan del Encina? ¿Influyeron sus orígenes leoneses?
Me habla usted de García Lorca. Qué casualidad, porque le diré que estoy trabajando en un recital dedicado a Federico y a Rosalía de Castro, ‘Dos camelias de sombra’. En ese recital estrenaré la música de los ‘Seis poemas galegos’ que escribió Lorca, profundo admirador de Rosalía. Dialogan muy bien, se dan la mano, se dan el alma. De Juan del Encina canto dos canciones suyas, pero con mi música. Están en el disco titulado ‘Canciones de amor y celda’. Pero lo que sé de él lo aprendí después de cantarlo, como me ha pasado en general con todos los poetas que canto. Me suelo interesar por su biografía después. Se podría decir que Juan del Encina fue el primer cantautor castellano. Nació en Salamanca y está enterrado en León, de cuya catedral fue organista.
A quienes tenemos familia leonesa, en sitios comoCebrones, ¿podemos decir que Amancio Prada sigue recordando y teniendo viva esa tierra?
Cebrones del Río... Órbigo, cerca de la Bañeza. Buenas truchas le freirán. Qué suerte. Yo iba a pescar peces con mi padre al río Sil, que es el que pasa por mi pueblo, Dehesas, un poco más allá, en el Bierzo. Un pueblo de labradores. Sigo yendo con frecuencia, sobre todo para ver a mi madre y a mis hermanos. Ya sabe, la infancia es un escenario y una edad que nos acompaña siempre. El desván de la memoria adonde subimos a jugar cuando llueve.
En esta ocasión, viene a Toledo, otra ciudad de poderosa presencia medieval. ¿Conoce nuestro Teatro de Rojas?
Hace mucho tiempo que no voy a cantar a Toledo. Demasiado, tal vez. ¿Se acordarán de mí? El Teatro de Rojas es una preciosidad, lo conozco porque canté allí en alguna ocasión. La última vez que estuve en Toledo fue con el Cántico de San Juan de la Cruz, en el Monasterio de San Juan de los Reyes. Qué maravilla. ¿Hará diez años? ¡No puede ser! En Toledo precisamente, donde Juan de la Cruz estuvo preso nueve meses en unas condiciones de postración física y mental difíciles de imaginarnos hoy día. Y en aquella noche oscura escribió los versos más enamorados... Un milagro. Pero ésa es otra historia.