Propone, Miguel Cortés Arrese, una travesía por los textos de los pintores y viajeros que, a mediados del siglo XIX, descubrieron a un pintor «antiguo, singular, extraño y olvidado durante tres siglos». Era El Greco de Toledo. La editorial Cuarto Centenario ha sido, esta vez, la artífice de la publicación ‘El fuego griego: Memoria de El Greco en Castilla-La Mancha’, obra elegante que reúne «los testimonios sobresalientes y la memoria de los clientes y trabajos del artista».
Texto que el catedrático de Historia del Arte de la UCLM ha concebido, apunta, como punto de partida «al encuentro de un mundo de sensaciones en el que la cámara de David Blázquez ha conseguido una textura, una cercanía emocional que ha hecho posible que los protagonistas de El Greco nos devuelvan la mirada». Porque sin esa magistral forma de mirar, el viaje no hubiera sido el mismo.
Prologa esta obra Rafael Alonso Alonso -experto en la obra del pintor, conservador del Museo del Prado y Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales-, preguntándose sobre lo que pensarían «hoy estos espíritus sensibles e inquietos si pudieran ver las pinturas de El Greco restauradas con su espléndido colorido, limpias de mugre y barnices oscurecidos, bien iluminadas, colocadas en los mejores museos del mundo como obras maestras». Tal vez, se responde, «lamentasen verlas desgarradas de los ambientes para los que fueron creadas».
Conocedor él, mejor que nadie, de los colores del homenajeado este año en Toledo, invita al lector-espectador a realizar el recorrido con las «fotografías tan cuidadas de David Blázquez»; capturas que destacan por la «sensibilidad y el gusto» de quien «lleva años penetrando y buscando dentro de los cuadros» tratando, aprecia Alonso, «de desentrañar visualmente la forma de pintar de pintar de El Greco».
David Blázquez posibilita con su trabajo «entrar en los cuadros, ver la técnica de ejecución de las pinturas, sus pinceladas, empastes y veladuras». En este aspecto, y sabedor este restaurador toledano de que hasta ahora la fotografía no ha hecho justicia a las obras de El Greco, escribe que el fotógrafo «quiere que entendamos su pintura ‘metiendo’ el objetivo de su cámara dentro del cuadro para que veamos la variedad de recursos técnicos que emplea, la intencionalidad se las pinceladas y la riqueza de las veladuras transparentes de color llenas de vida».
Y caminando al ritmo de este son cromático «inigualable», Miguel Cortés Arrese insta a pasear por los mismos pasos andados por los viajeros «peregrinos a la búsqueda de los lugares por donde El Greco transitó». Lo hace por ‘Ciudades que no se borran de la mente’, a través del ‘Toledo bajo el signo de El Greco’, y finalizando en ‘El horizonte de Castilla-La Mancha’.
Porque, cuenta el autor, «el descubrimiento de nuevas obras de El Greco en las primeras décadas del siglo XX, en Almadrones, Cuerva, Daimiel, Huete, La Pedroñeras, Malagón o Sigüenza, llevó a escribir a Enrique Lafuente Ferrari, en 1945, que la procedencia de los clientes del cretense era más amplia de lo que se pensaba hasta entonces», alcanzando a las provincias que hoy conforman la región.