Nací en el siglo XIII y como uno de los nietos de Fernando III el Santo quise y procuré con todos mis actos en la vida rendir el honor que se merecían mis progenitores aunque eso implicase en ocasiones enfrentarme a parientes como Alfonso X el Sabio y Fernando IV el emplazado que tanto tuvo que envidiar a su padre Sancho IV el Bravo Llegué incluso a enemistarme con el hijo del anterior Alfonso XI pero aquello aun ya viejo no me robó las fuerzas para seguir batallando.
Conocí a cuatro generaciones de reyes Castellanos y según soplasen los vientos levantiscos me acerqué más a unos que a otros.
Vine al mundo en el año de nuestro señor de 1282 en el Castillo de Escalona. Corría el cinco de mayo y dicen que ya mis prominentes mandíbulas chocaron a todos los que presenciaron el parto de mi madre Doña Beatriz de Suabia. Mi padre, el infante Don Manuel me tomó inmediatamente en brazos para reconocerme como hijo y en cuanto pronuncié mi primera palabra puso a los mejores maestros a mi disposición.
La equitación, la caza, el esgrima, el latín, el griego, el castellano, el Italiano, el derecho, la teología y la historia me embaucaron a penas las degusté por primera vez.
El perder a mi padre de muy niño me estimuló aun mas en mis ansias por adquirir todo tipo de conocimientos De el heredé la espada Lobera y con ella señoríos tan importantes como el de Escalona y Peñafiel y cargos como el de adelantado mayor de Murcia. El rey Fernando el emplazado sería el que pasados los años me concedió el principado de Villena, un título vitalicio que pasaría a mis sucesores como condado.
Entre libros, lecturas y escrituras también alcé el arma en las encarnizadas luchas de poder que siempre mantenían los nobles parientes de mi entorno.
Al haber quedado huérfano siendo aún un niño pasé a ser tutelado por mi tío Sancho IV y su valerosa mujer, María de Molina. Fueron ellos los que apenas cumplidos los doce me mandaron a luchar contra los musulmanes en Murcia y Granada y cuando tuve que elegir entre reconocer como rey a los infantes de la Cerda o a Sancho siempre pujé por el segundo.
A los diecisiete recién cumplidos cumplí con mi obligación de matrimoniar. La primera vez lo hice con Doña Isabel de Mallorca pero Dios me la arrebató muy joven a penas dos años después y sin descendencia. Me casé por segunda vez con Constanza de Aragón y tuve varios hijos con ella.
Cuando murió el rey Sancho hubo momentos en los que tuve que enfrentarme con Doña María de Molina que siendo regente del pequeño Fernando IV se empeñaba en negarme una cosa tras otra llevándome incluso a pactar en alguna ocasión con su enemigo el rey de Aragón. ¿Cómo no hacerlo si este se comprometió a casarse con mi hija Constanza? En cuanto esta cumplió los doce hice lo posible porque el matrimonio se consumase pero al final se truncó y es que en mi tiempo los vientos del interés cambiaban de rumbo con demasiada frecuencia y el Rey de Aragón despreció a mi pequeña que al final se casaría con Pedro de Portugal convirtiéndose en futura reina de este reino
En la minoría del pequeño Alfonso XI al morir su padre Fernando regresé a Castilla para ejercer la regencia junto a la reina María de Molina y aunque me negué a aportar soldados para la toma de Gibraltar si lo hice cuando me tocó vivir la batalla del Salado y la toma de Algeciras.
Al quedar viudo de Constanza me casé por tercera vez con Blanca Núñez de Lara que por ser familiar de los enemigos del rey Alfonso mientras yo no comulgaba con sus mandatos. En total tuve tres mujeres y dos amantes, todas ellas madres de mis nueve hijos.
Tuve un gran patrimonio, mi propio sello, acuñé moneda, tuve un ejército de más de mil caballeros, nunca me faltó el peculio y sin embargo jamás me sentí con demasiado poder por mucho que me acusasen de andar demasiado sobrado de este.
Cuando mis huesos empezaron a estar cansados de tantas rencillas decidí dedicarme a lo que más me gustaba, la escritura y sentí la satisfacción de escribir todo lo que por prudencia no pronuncié de palabra.
En ‘El Conde Lucanor’ escribí relatos y en el ‘Libro de los estados’ fui mordaz con el Rey Alfonso XI vomitando en tinta todo mi rencor hacia su real persona.
El castillo de Garcimuñoz fue el templo de mi retiro, la cuna de mis ideas y un aposento de lo más creativo. Allí me entregué por completo a la literatura y una vez finalizada uní todos los legajos para entregárselos a los monjes del monasterio de San Pablo y que así lo copiaran e iluminaran para nunca perderlos en la memoria.
«Sabed que todas las razones son dichas por muy buenas palabras et por los más fermosos latines que yo nunca oí decir en libro que fuese fecho en romance; et poniendo declaradamente cumplida la razón que quiere decir, pónelo en las menos palabras que pueden seer». Don Juan Manuel, Libro de los estados.
En el verano de mis 76 años me vi obligado a dejar mi retiro para acudir a Córdoba para ayudar al Rey Alfonso XI en el asalto a Gibraltar y allí vino Dios a recogerme un 13 de junio víctima de la peste. Poco antes pedí que me enterrasen en Peñafiel, en el mismo convento de San Pablo que yo había fundado y que también guardaría el grueso de mi prosa.
PD. Después de una vida de intrigas para llegar a lo más alto ¡quién me iba a decir que uno de mis nietos llegaría a ser Rey de Castilla! Se llamó Juan II y fue el padre de los reyes Enrique IV e Isabel la Católica.