La historia que en el siglo XV protagonizó el noble y condestable de Castilla Don Álvaro de Luna, a la par que maestre de la Orden de Santiago y valido del rey Juan II de Castilla, fue para los románticos del siglo XIX un tema evocador y recurrente que inspiró versos y novelas, así como grandes lienzos historicistas y documentados en los que se representó la muerte y el ajusticiamiento de este personaje condenado y decapitado en Valladolid en 1453.
Enterrado en la Catedral Primada, en la capilla funeraria construida entre 1435 y 1440 por Hanequín de Bruselas, Don Álvaro de Luna es estos días objeto de estudio en el simposio internacional que ayer se inauguraba en la Seo toledana con una serie de ponencias como la que ofreció el profesor investigador del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Wifredo Rincón García. Una charla sobre el personaje en el arte del siglo XIX.
«Don Álvaro de Luna es un personaje que en el Romanticismo, por su historia, cobra gran protagonismo. Un montón de autores literarios del siglo XIX plasmarán esa historia novelada con una base histórica en sus escritos», comentaba antes de iniciar la ponencia en la conocida como Sala de la Cerería de la Primada.
Más allá de la producción literaria, el profesor habló de arte, y en concreto, de pintura, no sin antes mencionar los grabados y las fotografías que hoy se conservan de la capilla funeraria de la familia de los Luna. «En el siglo XIX hay una pintura histórica y es cuando varios autores van a interpretar la muerte de Don Álvaro en grandes cuadros que narran la decapitación en 1453, de otro lado la capilla de la Catedral es objeto de pinturas como la que realiza Pablo Gonzalvo en 1866 y de grabados como los de Genaro Pérez Villaamil, junto al aporte iconográfico importante desde el punto de vista de la fotografía, por ejemplo, de Casiano Alguacil», explica el historiador para destacar la importancia del fondo que el fotógrafo por excelencia de Toledo legó a la ciudad. «Son documentos imprescindibles para estudiar la evolución de la capilla», incide.
La aportación de Wifredo Rincón al congreso que hasta mañana estudiará la retórica artística en el tardogótico castellano a través de la capilla fúnebre de Don Álvaro de Luna centró la atención de los participantes en la pintura de gran formato que los autores románticos realizaron entre 1858 y 1880. «La pintura más bonita que se conserva es el lienzo de Pablo Gonzalvo que se encuentra en Zaragoza», comenta en relación al lienzo que recoge la misma capilla funeraria de los Luna, con los sepulcros del personaje y su esposa, Juana de Pimentel. Una pintura de 1864 que pertenece a la colección de la Diputación Provincial de la capital aragonesa.
Otro de los lienzos que el profesor destacó fue ‘Pedir limosna para enterrar a Don Álvaro de Luna’ de Manuel Ramírez Ibáñez, pintor jienense que una vez afincado en Madrid ejerció como catedrático en la Escuela de Artes y Oficios y, a la muerte de José Casado del Alisal, fue encargado de concluir la pintura ‘Confirmación de la orden de Santiago’ para la Basílica de San Francisco el Grande.
De estas pinturas, Wifredo Rincón indica que son cuadros realistas «en los que se plantea una recuperación de tipo arqueológica, los personajes se pintan con su indumentaria, más o menos adecuada, los ambientes también se cuidan, así el de Eduardo Cano de la Peña es la puerta del cementerio de San Andrés donde se entierra a Don Álvaro de Luna».
Este óleo sobre lienzo, como explican desde el Museo del Prado, supuso la obra más importante de Eduardo Cano de la Peña, que obtuvo una primera medalla en la exposición nacional de Bellas Artes de 1858. La obra aborda nuevamente un atractivo argumento para el romanticismo español que se hizo popular a través de la exitosa novela histórica de Manuel Fernández González ‘El condestable don Álvaro de Luna’ publicada en 1851. «Son cuadros grandes, espectaculares dentro de la pintura histórica», añade el profesor.
En este recorrido histórico por el condestable de Castilla a través de la pintura Wifredo Rincón recordó a otro autor, José María Rodríguez de Losada y el lienzo que hoy se expone en el Senado. Desde un punto de vista temático, el cuadro es deudor del de Eduardo Cano de la Peña. Además, se conoce una réplica realizada en 1886 que Valdivieso y Fernández López sitúan en la colección Pérez Asencio de Madrid.
Curioso es el anacronismo que Rodríguez de Losada incluye en el lienzo del Senado, con un crucifijo central que jamás pudo darse en el siglo XV. Los efectos de luz tenebrosa contribuyen, sin duda, a aumentar el ambiente tétrico de la escena.
«Estamos ante un personaje que lo fue todo y de repente acaba ajusticiado, cortándole la cabeza, y para enterrarlo se necesita recurrir a la limosna del pueblo», recuerda el ponente, «es una historia muy romántica, de hacer llorar, es un personaje espectacular en el sentido Romántico».
El simposio continúa hoy en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid y finaliza mañana, viernes, en otra sede, el salón de actos del Museo del Prado.